a condena por parte del Tribunal Supremo al diputado canario Alberto Rodríguez, acusado de darle una patada a un policía, abre o mejor, ensancha, un vertiginoso foso como es el de la impunidad y de la más absoluta inseguridad jurídica del ciudadano frente a los abusos de autoridad o abusos a secas por parte de uniformados a los que poco menos que se les dota de fe pública notarial.

El Tribunal Supremo, con su sentencia a todas luces injusta y política con descaro, sanciona que la Policía puede hacer con nosotros lo que le venga en gana; pero no solo eso, sino pervierte, con previsible intención de futuro, la presunción de inocencia, invirtiendo la carga de la prueba, contra lo que está establecido en nuestro sistema jurídico más elemental. Unos hechos gravísimos. La inseguridad jurídica ahora mismo es máxima. ¿Estado de Derecho el nuestro? Que nos permitan dudarlo porque más bien asistimos de continuo a episodios como este de indefensión absoluta por parte de ciudadanos acusados de delitos imaginarios de sesgo político. Quienes nos acusan en falso no son nuestros conciudadanos, son nuestros enemigos, no hay pacto posible.

El relato de los hechos por los que el diputado Alberto Rodríguez, de Unidas Podemos, ha sido condenado a una pena de prisión que le complica la vida, pública y privada, es delirante. El hecho de una patada a feroz antidisturbios que no deja secuela alguna se denuncia 6 años, 6, después de que pudieran haber sucedido los hechos, algo en lo que no creemos, pero qué importa. Asombroso. No hay parte de lesiones, no hay testigos, no hay nada, pero corresponde al acusado, por casualidad un activo político de izquierdas, probar que no pegó aquella patada hace seis años. El tribunal sabe que esa prueba es imposible, como todo lo que sucede a puerta cerrada y entre conjurados. No hay más que la palabra de un uniformado que, tal vez, sea indigno de llevar el uniforme que viste. Esta condena es un delirio y una indecencia, aunque tal vez sea un aviso de caminantes del mundo en el que de manera cada vez más jolgoriosa vivimos y del que nos espera a la vuelta de la esquina con los brazos abiertos y las porras en alto.

Es un hecho gravísimo, cierto, pero uno más de una larga lista de oprobios relacionados con una administración de justicia que tiene mucho de gobierno paralelo o de partido político más reaccionario que conservador.

Y no solo con eso. Que vivas tan a gusto en la podre no quita para que esta lo sea: la Fiscalía General del Estado le echa un inmerecido capote al Borbón en fuga y cierra las investigaciones que le atañen por hecho positivamente bochornosos; T. Cantó, un actor que ejerce de Corto de Luces y cobra un sueldazo de dinero público y no para de soltar sandeces, habla del canibalismo de los originarios americanos y es aplaudido: la historia a conveniencia, como el eco de la trinchera; una tímida ley sobre el derecho constitucional a la vivienda digna es reputada por la derecha como cosa del bolchevismo, ahí va Dios, la propiedad privada en peligro, sacrilegio; presentadores de televisión guarreras, como el señorito Osborne, insultan al Papa, y no están solos en la jacarandosa faena; la Ida dice que España se merece un gobierno como el suyo, y si no le damos al cerrojo del máuser es porque no tenemos; la banca hace de las suyas con los desahucios; Vargas Llosa a la vez que nos alecciona sobre cómo debemos votar, es un evasor de impuestos de grueso calibre; la justicia española de la mano de la derecha reaccionaria desconoce la de la Unión Europea en todo lo que no le conviene, empezando por la caza de Puigdemont; la prensa de la derecha se abalanza en una carrera de difamaciones y patrañas que cuentan con el beneplácito de sus lectores dispuestos a creerse cualquier cosa... Este es el clima en el que por lo visto debe desarrollarse una política pacífica, democrática, sin que la convivencia se vea afectada, lo que con todo es mucho ver...

Este es el clima social y político (y la administración de justicia forma parte de él) en el que vivimos, ya puede alegrarse el diputado canario de que no lo fusilen o lo arrojen a una sima.