a las evidencias primero demoscópica y luego empírica de la victoria del ya presidente Tsipras se le suma una tercera, todavía más contundente si cabe: la deuda pública de Grecia, de 317.000 millones de euros -el 175% del PIB- resulta impagable en sus actuales parámetros. Quiere decirse que se antoja urgente una reformulación, siquiera de los intereses y del cronograma de las devoluciones. También porque sin liquidez no hay forma de encarar la emergencia social del país, hasta el punto de que uno de cada cuatro helenos vive en pobreza extrema o casi. Un rescate de las personas que debe acompasarse con la renovación de la estructura económica del Estado y particularmente de su tejido productivo para hacerlo más eficiente y desde luego autónomo. A ese triple reto de suavizar las condiciones del asfixiante débito, dignificar la existencia de sus vapuleados conciudadanos y forjar un modelo de crecimiento sólido, Tsipras agrega otro asimismo formidable: hacer valer sus tesis en medio de la colosal tensión entre la ortodoxia de la terca burocracia comunitaria y el dogmatismo de los elementos más intransigentes de la veintena de siglas que conforman Syriza. Desde la premisa de que bajo la perspectiva socioeconómica Grecia no es España, aun soportando ambos un paro escandaloso y una dramática merma de la renta familiar, sí pueden operar como vasos comunicantes en lo político ante el compartido hastío con el bipartidismo configurado por una derecha corrompida y una socialdemocracia pervertida. Dado que Podemos se ha investido como formación émula de Syriza, cuando la coalición griega se inspiró a efectos organizativos en IU, del desarrollo de la hoy tragedia helénica dependerán también las expectativas de las huestes de Iglesias. Porque, si Syriza se muestra incapaz de sacar del marasmo a sus representados -por la endeblez de sus propuestas o por un veto sistemático de la troika-, la apelación al miedo en la que se han ciscado los irritados griegos evolucionará a un pavor difícilmente superable por buena parte de los no menos enojados españoles. Todo un melodrama... ibérico.
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