la demoscopia sigue vomitando encuestas al gusto de quien las cocina para confusión del consumidor, pues a cada sondeo se amplía el abanico de posibilidades para conformar el próximo Gobierno monclovita, ya sin mayoría absoluta a la vista. Del análisis de la letra pequeña de los sociobarómetros publicados se va desentrañando como clave del enredo el hecho cada vez más notorio de que los comicios venideros se van a decantar en el eje regeneración/anquilosamiento más que en el tradicional izquierda/derecha. Una mutación electoral que se explica por la desideologización provocada por ese sempiterno bipartidismo carcomido por la corrupción y edificado sobre la mera alternancia, que ya no será tal por la formidable irrupción de Podemos. Cierto que todavía una burbuja a explotar en las urnas para calibrar su verdadera dimensión, ya que en los turbios affaires pecuniarios protagonizados por Errejón y Monedero -quede claro que sin parangón con la financiación irregular del PP o los ERE falsos del PSOE- ha reaccionado con la vetusta táctica de la impostada victimización y el rotundo cierre de filas. La referida pulsión entre la política vieja y la nueva depara como efectos colaterales la amenaza de muerte que se cierne sobre IU, lastrada por los arcaicos usos de la ortodoxia comunista, y la corrosiva incursión de Ciudadanos. Otra apuesta reformista construida sobre una sociología transversal que puede dañar casi tanto al PP como Podemos al PSOE y que está laminando a UPyD, sigla fagocitada por la egolatría de su fundadora. Mientras el PP se aferra a los datos macroeconómicos y a su perenne voto oculto pese a la nefasta valoración de Rajoy, y Podemos se consolida como la encarnación del cambio porque Iglesias no guarda cadáveres en el armario -si no, ya estarían todos exhibidos-, en el PSOE cunde el pavor a quedar en tercer lugar, ese temor que mece la cuna de Díaz en detrimento de Sánchez. Porque cómo resolver la letal alternativa entre mantener en el poder al secular antagonista para enojo del electorado o aupar a quien te puede condenar a la irrelevancia total. Vaya fatalidad de dilema.