ochenta días, ochenta, restan para las elecciones que pueden finiquitar la omnipresente hegemonía regionalista en los últimos cinco lustros con la inestimable ayuda socialista y la salvedad del oasis del tripartito arruinado al año escaso por la cuenta suiza de Otano. El epitafio perfectamente pudo escribirlo en la entrevista concedida a este diario un profesional de la talla de Robleda, que en su calidad de rector de Comptos sentenció: “La deuda y las infraestructuras sin viabilidad serán una auténtica hipoteca para el próximo Gobierno”. Lo fundamenta alguien nada sospechoso de parcialidad, en tanto que fue elegido fiscalizador mayor del reino con los votos de UPN, sigla a la que la aciaga presidencia de Barcina ha privado de su bien más preciado, ese mito del buen gestor que llegó a seducir en las urnas a 140.000 contribuyentes. El descenso de Navarra a los infiernos de la pobredumbre ética y contable lo simbolizan de manera descarnada la desaparición fáctica de Can, merced a una devaluación patrimonial de mil millones largos de euros, y la probable de Osasuna como club deudor al fisco de más de 50 millones y ya sentado en el banquillo por los manejos de dirigentes y la connivencia de gobernantes. Pero el desguace foral también obedece a una manirrota política de gastos fastuosos que se concreta en una deuda de 5.000 euros por habitante, débito asentado en un trípode delirante. Para empezar, ese peaje en sombra de la Autovía del Camino que supone 500 millones de sobrecoste en relación con un crédito bancario tradicional, canon por demanda que agregando la Autovía del Pirineo y la zona regable del Canal de Navarra ha consumido 340 millones en los últimos siete años; y, como doble remate, el inoperante circuito de Los Arcos a 52 millones del ala y el clausurado Navarra Arena para no engordar la pella de otros 60 más. Ante la fulgurante luz de los asépticos datos, la incógnita reside en cuántos electores de UPN seguirán sin querer ver o, viendo pues no hay más que mirar, renovarán sus votos abducidos por las prédicas de Esparza, consagrado a salvar al regionalismo de la hoguera de su vanidad.
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