barcina tuvo que darse mus -a la fuerza ahorcan-, pero ni ella ni sus adlátares olvidan el órdago ganador de Esparza. Al contrario, maniobran con el fin de cobrarse la apremiada renuncia de su idolatrada caudilla utilizándola para conseguir cuota entre las primeras catorce plazas de la lista al Parlamento, las que garantizan poltrona aun en el peor escenario según las estimaciones regionalistas. Lo van a tener crudo, pues Esparza ya pensaba restarles argumentos integrando por ejemplo a Sánchez de Muniáin, apellido al que unir otros seguros tipo García Malo, Sota, Adanero, Sayas, Arizcuren o Alli. Bien entendido que, proclamadas las ansias de renovación de quien encabeza la plancha, ésta no puede quedar copada de acérrimos barcinistas pese a su mayoría en el Comité de Listas con el añadido de un Catalán que también va a pelear por lo suyo. Esta soterrada batalla por las nóminas seguirá apilando cadáveres prestos a resucitar para vengarse de Esparza si las urnas no otorgan a UPN esa quincena de escaños como mal menor -hoy 19- o incluso si, aun con ese digno resultado tras el chandrío de Barcina, la aritmética posibilita un pacto de EH Bildu, Geroa Bai, I-E y Podemos. Un acuerdo complejo aunque las matemáticas le sean benignas, ya que los candidatos conocidos ofrecen solvencia en el marco de sus respectivos espectros sociológicos pero no todos concitarían idéntico respaldo interno y externo como eventual presidente. Sin olvidar la obviedad democrática de que no tiene la misma legitimidad para liderar un Gobierno de cambio quien obtiene diez parlamentarios que quien logra la mitad, por mucho que se trate necesariamente de un Ejecutivo que prime la cualificación y el pragmatismo. De todas esas cuentas pendientes, numéricas y personales, depende el devenir de UPN, sometido a la aberración de que presida el partido, con mando en plaza hasta 2017, quien lo ha derruido y no se da por enterada. Aunque, de preservar Esparza la Diputación, no le quedará más remedio que claudicar del todo. Si fuera por las buenas, tal vez con el premio de consolación, a final de año, de un acta de diputada.