Pillos pillados
Una cosa es predicar y otra dar trigo. Eso lo deberían de saber muy bien muchos de los políticos que tan entusiasmados dicen estar representando a la ciudadanía. Dejando de lado los escandalosos casos de corrupción y saqueo, que se están sustanciando la mayoría de ellos en los tribunales y que deben concluir con condenas ejemplares y ejemplarizantes, deberían de tener presente que la transparencia, la coherencia, la modestia y el afán de servicio son las señas de identidad que presida su actuación pública. Y que en esta sociedad tan tecnológicamente avanzada y globalizada están expuestos cada minuto a la mirada inmisericorde del gran hermano mediático que les suele sacar los colores de cuando en vez. Como a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y su jefa de gabinete, que permanecieron ayer cerca de un cuarto de hora en una conocida tienda de ropa de la centro de Madrid mientras su coche oficial esperaba aparcado en el carril bus. Como si no fuera con ellas la normativa que castiga ese incívico comportamiento como infracción grave y multa de 200 euros. Emulando el mítico comportamiento de la ínclita Esperanza Aguirre. Otro vivales es Carlos Urquijo, delegado del Gobierno en Euskadi y adalid de la legalidad ultranza, que fue sorprendido en Bilbao comprando un CD en el top manta. Un claro ejemplo de la doble moral picaresca de quien argumentando el respeto a la ley firma numerosos recursos judiciales a las decisiones políticas. Y, para más inri, en el ejercicio de su cargo rubrica expulsiones de personas indocumentadas que recurren a este tipo de venta ambulante para malvivir. La ministra Fátima Báñez también protagonizó una peculiar escena con los periodistas en el Congreso, donde cazó a los fotógrafos con su teléfono móvil y después comentó un impropio “Los periodistas dais mucho la lata, eh”. Políticos pillos pillados (como otros anteriormente con currículos falsos, cobros por servicios no prestados, ingresos de dudosa procedencia, con personal doméstico de manera irregular...) en actitudes indecorosas e impúdicas merecedoras de un contundente reproche social y, al menos, de que pidan humildemente perdón y hagan propósito de enmienda.