Ya lo advertía el famoso sociólogo Zygmunt Bauman que ha fallecido esta semana: estamos ante una modernidad líquida. Pero no estoy hablando de esa “sociedad contemporánea, individualista y despiadada, aquella en la que ya nada es sólido: ni el Estado-nación, ni la familia, ni el empleo, ni el compromiso con la comunidad...” a la que se refería en sus ensayos y libros muy críticos (y autocríticos) con los efectos inhumanos de la globalización. No. Apenas pasé del primer trimestre del Sociología en aquella UPNA embrionaria... No me alcanza para un análisis tan profundo. Simplemente se trata de una reflexión postnavideña más superficial y periodística. No es ni bueno ni malo. Pero aquí y ahora, en plena crisis social y económica, el personal encomienda parte de sus ahorros y su tiempo a todo tipo de líquidos: martini, cava, cerveza, crianza, gin tonic... No hay más que darse una vuelta a la hora del vermú por el Casco Viejo o cualquier jueves social. Y de puertas adentro, en bajeras y sociedades gastronómicas; más de lo mismo. Se bebe mucho. Se bebe demasiado. Y no lo critico desde el punto de vista del mundo sanitario -cuyas voces ya han hecho saltar las alarmas y piden una ley de alcohol- sino desde una óptica social. Política. Vital. Me da miedo que de este “a beber que son dos días” caigamos en un cierto “vivir a la sopa boba”; es decir, sobrevivir sin mayor compromiso que cubrir las necesidades básicas olvidándonos de lo que sucede en el mundo y a los demás. Un trago aquí y un click allá. Sopabobismo real y virtual. No hay más que mirar la galería de fotos de nuestros whatsapps llenas de almuerzos, comidas, farras... Y ahí es donde hay que lamentar que haya desaparecido un pensador como Bauman. La izquierda necesita ideólogos que rearmen su cosmovisión arrasada por el neoliberalismo. Gente que piense y haga pensar. Y este polaco que conoció -y sufrió- en sus 91 años el nazismo, el comunismo y el capitalismo era uno de ellos. Te hubiera pagado una ronda en la Estafeta, Zygmunt. A cambio de un libro.