como las mociones de censura del PSOE en 1980 y la de Alianza Popular en 1987, la de Unidos Podemos de 2017 tampoco pudo con el presidente en ejercicio, paradójicamente por la desunión de la izquierda. Un fracaso que evidencia la dificultad de la operación de derribo mediante este mecanismo parlamentario, pues para llegar al gobierno basta con mayoría simple -más votos a favor que en contra- pero para relevarlo del poder se precisa de mayoría absoluta -la mitad más uno de los sufragios- con el preceptivo acuerdo multilateral incluyendo la nueva presidencia, y además corrobora que a los inquilinos de la Moncloa sólo se les acogota devolviéndoles los presupuestos. A partir de la constatación de que en este momento no concurre una alternativa viable en lo aritmético ni solvente en el plano programático, en el debate de ayer sí quedó expresamente de manifiesto la reprobación general al Ejecutivo del PP y, en particular, a Rajoy. Para empezar, ante la ciénaga de corrupción en la que chapotean y que ha conducido al propio Rajoy a testificar ante los tribunales. Y, para continuar, por la corrosión del sistema al obstruir el PP la acción de la Justicia; de hecho, fue expulsado como acusación particular de la instrucción del caso Gürtel y procesado por destruir pruebas, a lo que agregar sus manejos con la Fiscalía. En efecto, Iglesias se puso ayer literalmente la chaqueta -en concreto americana- de presidenciable con una iniciativa legítima y con fuste argumental que le refuerza, pero que por su nula maduración con terceros brinda a Rajoy un éxito parlamentario, cierto que pírrico y agrio por someterle al hedor de su fosa séptica. Y sin lastimar demasiado al PSOE, si esa era la intención secundaria, ya que se halla en tránsito hacia su congreso y salva el trámite con una abstención que permite a Sánchez marcar distancias con la gestora. La enseñanza es que sin una alianza de las izquierdas rigurosa y pragmática hay PP para rato, pues Ciudadanos renuncia siquiera a una mera alternancia coyuntural frente a un Rajoy tan amortizado como arrogante. Sánchez e Iglesias quedan emplazados a tejer complicidades personales y fomentar vínculos ideológicos en lugar de a testar a cada minuto quién la tiene más larga. La lengua, entiéndase la metáfora.