hagamos por ponernos en el tortuoso lugar de esos catalanes hartos de un perpetuo debate identitario que quieren finiquitar de una vez en una consulta pactada votando decididamente no a la independencia. Por sentirse españoles o, sencillamente, porque prefieren quedarse como están, ante el vértigo a lo desconocido o por cualquier otra razón de su estricta incumbencia. La primera pregunta que cabe formularse es quién defiende a esa gente, pues hasta la fecha los únicos entes que han preconizado el referéndum autodeterminista con verdadero ahínco y sin dudar un ápice se alinean sin ambages con el sí por un Estado autónomo. Tal interrogante tiene como respuesta la nada, así que los partidarios del sufragio por el no constituyen una masa de huérfanos políticos, que por lo demás no disponen de cauces de expresión favorables al no existir ningún medio de comunicación nítidamente proclive a su postura. Como tampoco pueden manifestarse con la libertad que les asiste, so pena de convertirse en diana de furibundos ataques bajo acusación de equidistantes, cuando no directamente de estúpidos. La invisibilidad de este colectivo proscrito pese a su relevancia numérica acredita la deformidad de una democracia imperfecta que ignora posiciones heterodoxas en este estado de opinión polarizado y maniqueo. Otro argumento para exigir un acuerdo entre políticos que resuelva la colisión de identidades en Catalunya sin transferencia a la ciudadanía de su incapacidad negociadora. Además de una solución consensuada que preserve la paz social, también debe exigirse la erradicación de todo afán chantajista. No vaya a ser que se haga proselitismo por la continuidad en el Estado español con la postrera y artera promesa de una mejora sensible del autogobierno para Catalunya, al objeto de que su contribución al sostenimiento de las cargas generales se compense con las inversiones que merece con proceso soberanista o sin él. Qué mezquino resultaría mercadear ahora con la reparación de un trato injusto que, en buena lógica, ha gestado independentistas por doquier. Paradojas de la cerrazón.
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