Miércoles 1.- Vamos a darnos una tregua. El festivo vino bien para aplacar los ánimos y bajar el volumen de los altavoces. Poco, pero suficiente para hacer un hueco y honrar también la memoria de los muertos. Los cementerios restaron minutos al procés en los informativos como la recurrente sequía hace sombra a los casos de corrupción; sin embargo, en los resquicios abiertos hubo tiempo para escribir un epitafio a Puigdemont y al independentismo catalán.

La palabra tregua la escuché por la tarde en la Ser; las lecturas de la que fuera radio de referencia sobre lo que ocurre en Catalunya (y en el resto del Estado) dan una idea de la deriva experimentada también en Prisa y en El País. Para quienes crecieron -a una con la implantación de la democracia- pegados a las páginas del periódico referencia del progresismo, hoy les resulta poco menos que irreconocible en su línea editorial.

Pero bienvenida sea la tregua, aunque no parece que vaya a extenderse en el tiempo ni retire de la programación al matrimonio Ferreras-Pastor. El 21 de diciembre está a la vuelta de la esquina, hay cita con las urnas en Catalunya y vamos a ver si los independentistas no son más que esos dos millones del recuento del 1 de octubre. Hasta que llegue ese momento, Puigdemont “se queda una temporada” en Bruselas, según dijo su abogado; tiene tiempo para decidir si regresa o no y se arriesga a una orden de búsqueda y captura cuando menos insólita en la democracia española al tratar al presidente de un gobierno autonómico elegido en unas elecciones libres como un peligroso criminal. En fin, no estaría mal poder abrir esas puertas del futuro clausuradas por los guionistas de El Ministerio del Tiempo para ver el desenlace de todo esto. Mientras tanto, ya digo, una mínima tregua porque, como aseveró el clarividente futbolista Sergio Ramos, hay cosas más importantes que Catalunya: “como que el himno de España no tenga letra”. Chis pun.