c uentan quienes han estado dentro que hay pocas experiencias viajeras comparables a meterse en el interior de la gran pirámide de Keops y sentir la mágica claustrofobia y la energía que desprende esa fascinante construcción. Es la mayor y la única de las siete maravillas del mundo antiguo que aún sigue en pie y durante cerca de cuatro milenios fue el edificio más alto del mundo con sus actuales 139 metros, que originalmente fueron algunos más.

Estos días el mundo de la egiptología anda revolucionado tras el anuncio en la revista Nature del descubrimiento de un espacio interior en la pirámide, en el que cabría un avión de tamaño medio, mediante una novedosa técnica que permite ver las entrañas de una mole de más de dos millones de piedras de varias toneladas cada una que ni los rayos x ni el láser pueden atravesar. Hasta ahora se conocían una gran galería y tres cámaras, la subterránea, la de la reina y la del rey. En esta última sitúa la historia, o la leyenda, quién sabe, el conocido episodio de Napoleón. El que luego sería emperador francés quiso emular a Alejandro Magno y a Julio César, pasó una noche en esa sala y salió aterrado. “Aunque os contara lo que he visto no me ibais a creer”, dijo a sus generales.

El reto es ahora cómo llegar a esa nueva cámara, absolutamente sellada en la que nada se ha tocado desde que se construyó. Tampoco se sabe si hay algo dentro, pero la imaginación de muchos ya se ha disparado, ayudada por libros y películas de todos los tiempos. Sin embargo, el Ministerio de Antigüedades egipcio ha rebajado el entusiasmo y acusa al equipo internacional que se arroga el descubrimiento de haberse precipitado en sus conclusiones porque ya se conocía la existencia de varios agujeros en el interior de la pirámide. Una controversia más en el apasionante mundo de la egiptología que agranda la leyenda y nos recuerda que los avances de nuestra civilización aún no son capaces de explicar cómo y por qué se construyó la gran pirámide hace 4.500 años.