“Soy sobrino de Matías Prats”, soltaba a bote pronto a los curiosos que cerca de la cabina de radio quedaban atrapados por su grueso tono de voz y se interesaban por aquel periodista orondo y bigotudo. El Truji tenía esas cosas: de un hecho trivial e irrelevante montaba una historia bien adornada hasta en los más mínimos detalles y de la que él, claro, era protagonista. Le bastaba con ver la cara del interlocutor para ponerle más o menos énfasis, con datos más o menos cercanos a la realidad; era, para él, como narrar un partido en el que el oyente tenía que dar por bueno y cierto lo que esa voz eminente le trasladaba. Porque José Trujillo Priego, Pepe Trujillo, fue, entre otras muchas cosas (escritor, director del coro de la Casa de Andalucía...), narrador de los partidos de Osasuna, un relator inconfundible, con un eco de fondo de campos de Tercera y Segunda división. Su tono convertía en un gran evento un Moscardó-Osasuna o un Osasuna-Palencia; antes de conocerle, disfrutar y reírme mucho con él y sus ocurrencias, Pepe Trujillo ya le había puesto banda sonora a muchos de mis domingos como hincha rojillo. Su voz salía flotando del transistor y por mucho que cambiara de intensidad tras una oportunidad desperdiciada por Ostívar, un posible penalti cometido por Mina, una parada de Alberto Lanas (fallecido ayer) o el robo del colegiado tal, la narración desprendía siempre un ritmo y un color inconfundibles. Pepe era un navarro asimilado, un cordobés de cuna (tenía un cierto porte de califa) y un periodista de vieja escuela; un látigo delante del micrófono cuando en la soledad del estudio de Radio Popular de Pamplona repartía estopa a diestro y siniestro a jugadores, entrenadores y directivos. Digo era porque ayer nos llegó la noticia de su muerte. No sé cuál de los candidatos a la presidencia habló de levantar un museo de Osasuna; si algún día el proyecto ve por fin la luz, la voz de Pepe Trujillo debe tener un espacio. Porque, era verdad, fue el Matías Prats de Osasuna.