la sociedad catalana recobra mañana la soberanía fulminada por el artículo 155 de la Constitución, así que cuán paradójico resultaría que las urnas auspiciasen un Ejecutivo conjunto de las siglas que avalaron la liquidación de un plumazo tanto del Govern como del Parlament. Más habida cuenta de que el desprecio del PP por el autogobierno catalán -ya materializado en su recurso contra el Estatut, que impugnó artículos calcados de Aragón o Andalucía-, con la complicidad de los sectores recentralizadores representados ahora por Ciudadanos, alimentó un proceso independentista por decantación. La obstrucción a conciencia por el PP regente en la Moncloa de todo avance competencial de Catalunya mediante la oclusión de las vías políticas no puede ocultar sin embargo que el soberanismo catalán ha cabalgado a lomos de una narrativa voluntarista según la cual con la mitad de los sufragios tenía suficiente para llegar hasta el final, topándose con la previsible intransigencia de los poderes del Estado -todos a una- y con la subsiguiente indiferencia de Europa. Con el factor agravante de que esa falta de reconocimiento externo ha derivado en una inseguridad jurídica que a su vez ha provocado una marcha de empresas que no hubiera mediado de registrarse una independencia por procedimientos pactados y con label internacional. Esa es justo la metodología a la escocesa que debiera implementarse para que Catalunya salga del agujero negro en el que se encuentra, sobre la base contrastada de que tres cuartas partes de la ciudadanía desean decidir respecto al marco jurídico-administrativo, sin predeterminación de resultados en votación acordada, en libertad y con todas las garantías. Más allá de quién gane las elecciones y de la impronta del Govern venidero, esta senda sólo podrá transitarse pulverizando la dinámica de bloques, con propuestas transversales y vocación integradora al margen de esos radicalismos que ejercen de diques contra la negociación multilateral. También previa recuperación de la normalidad democrática, conculcada con candidatos en la cárcel o en el exilio perfectamente presidenciables.