Sara tiene una única hija diagnosticada con TDH pero se resiste a darle anfetaminas con nueve años. Cada uno somos distintos y hay que luchar con nuestros talentos, sostiene a la vez que apuesta por un centro donde trabajan técnicas para afrontar estos casos. El padre se desentiende y la crianza de una criatura por otro lado maravillosa, en absoluta soledad, le lleva más de un desvelo, junto a los de su propio negocio, por lo que recurre a un trozo de cacho de Trankimazin cuando se acuesta. Pasados los 40, Leyre siente retroceder en el tiempo tras diez años de convivencia rotos por decisión de su expareja. Se refugia en el Tinder, la app estrella para ligar, pero por lo que cuenta de lo que encuentra... dan ganas de llorar. Poco de bueno, mucho player. Y, en su caso, el reloj biológico le acecha... Medio Lorazepam cae a la noche para trabajar sin ansiedad en un trabajo altamente competitivo. Seguramente más razones que nadie para seguir enganchada a la Paroxetina y el Orfidal, una de cada (ya saben, 1-0-1), tiene Karmele, cuyo médico de cabecera no dudó en pautárselas años atrás añadiéndolas al recetario para el reuma, la tensión y la mala circulación. Como cuidadora de su marido dependiente no parecía necesitar ningún fisio o jornada de descanso.

En el mismo pueblo de la montaña en el que vive Karmele, su hermano Antonio acude a la taberna donde se juntan hombres de diferentes generaciones para echar la partida y unos vinos. “Aquí, no necesitan psicólogo”, dice Ion convencido, al otro lado de la barra. Javier (Iruña) en cambio está enganchado a Tinder pero su inseguridad y falta de afectividad terminan delatándole en las relaciones por mucho que utilice los matches para experimentar, trolear y parecer un predador. Hace tiempo que está sólo y prefiere un porro por las noches para relajarse. Peio en cambio, superados los 50, acude al gimnasio para descargar adrenalina después de una jornada laboral donde se bate el cobre. Allí coincide con su amigo Raúl, que le cuenta cómo ligotea con una de las de la bici estática.

En Navarra, las mujeres duplican a los hombres en consumo de antidepresivos y ansiolíticos, un 17% frente al 8,6% según un estudio del departamento de Salud. Parece evidente que hombres y mujeres no sobrellevamos las tensiones y problemas de la misma manera. Los expertos señalan que los antidepresivos o los ansiolíticos postergan y agravan los problemas, sin duda, pero son las muletas a las que recurrimos las mujeres, con mayores cargas como cuidadoras, dificultades para la conciliación, miedo o culpa hacia el otro sexo en muchos casos, precariedad laboral y una mayor implicación emocional, lo que en el fondo nos convierte en seres mucho más vulnerables en una cultura heteropatriarcal. Situándome en el otro lado, dudo que otras válvulas de escape como el alcohol, el blindaje de sentimientos, el sexo mítico o no acudir al médico sean la mejor forma de sobrevivir como hombres. Todo se cae.