Vaya por delante que no es una cuestión personal, porque en mi vida me he fumado un cigarrito de la risa y creo que ya se me ha pasado el arroz, que bastante tengo con algún fino caldo, la nicotina, la cafeína y el omeprazol (que los inventores de éste último no tengan aún el Nobel es un olvido de la Academia Sueca más imperdonable incluso que el de Jorge Luis Borges).

Por lo tanto, ésta es una afirmación objetiva: es increíble -y un atropello a las libertades civiles- que sean ilegales en casi todo el mundo (y aquí también) el hachís y la marihuana. Y tanta culpa tiene en esto la derecha como la izquierda, que en ésta última hay alguno que cuando se pone a velar por nuestra salud le gustan más las prohibiciones que a un tonto una tiza.

Puedo entender que la tomaran con ambas sustancias en los años 60 y 70, cuando aún estaban por conocerse los efectos de las drogas que nos cayeron encima, y cuando se pensaba además que los cigarrillos con tropezones eran el trampolín hacia las realmente duras. Pero han pasado ya 50 años y no solo se sabe todo bien, sino que se ha podido analizar lo sucedido donde son legales, caso de Uruguay, Holanda o algunos estados de EEUU. Allí se ha comprobado, por ejemplo, que no se dispara el consumo, que la marihuana tiene mucha mejor calidad y menor precio, y que, por supuesto, se acaban las mafias que se forran con ella.

Y, sí, hay estudios sobre los efectos nocivos, pero todos tienen el mismo problema: dictaminan un montón de males? para quienes se ponen hasta las cartolas a diario. Pero por esa regla de tres habría que prohibir casi todo, no solo el alcohol sino también las hamburguesas, las patatas fritas, el tocino y la Coca Cola.

Y lo que le me repatea es la prohibición en sí: Papá Estado ha decidido que somos menores de edad incapaces de cuidarnos solitos y que hay que impedirnos el acceso a la marihuana, como cuando a un crío de tres años le pones los cuchillos de la cocina fuera de su alcance.

María no, que es veneno, pero vodka, tequila o aguardiente, o chistorra mojando con pan esa grasa roja que queda en la sartén, hasta reventar. ¿No es una prohibición absurda?