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La sokatira catalana

la ciudadanía catalana al fin tiene quién le gobierne, aunque en apariencia Catalunya continúa en la provisionalidad. Así lo sugiere la doble escenografía de ayer, en Berlín con Torra oficiando de valido de Puigdemont y en Madrid con la dupla Rajoy-Sánchez pergeñando la reactivación exprés de la suspensión de autonomía. La cuestión catalana sigue por tanto varada en el simbolismo, con los polos tirando cada uno de su extremo de la cuerda, en tensionamiento de un nudo central más difícil de desenredar. Ese nudo gordiano del imprescindible diálogo resolutivo, articulado en una negociación sin bloques ni diques, sobre la base del sentido común y de la mutabilidad de las leyes con los consensos debidos y procedimientos tasados y transparentes. Tal descompresión política, sin parapetos judiciales ni policiales, necesita de honestidad intelectual y de pragmatismo metodológico por parte de todos los intervinientes. En lo que atañe al soberanismo hegemónico en el Parlament, desde la asunción de que la República enunciada no se asienta en una mayoría proindependencia cualificada y de que con la unilateralidad no se concita el reconocimiento internacional. Y respecto al vector españolista, admitiendo la casi unánime exigencia social del máximo de autogobierno -el que merece una comunidad que representa el 20% del PIB del Estado- y la clamorosa demanda del derecho a decidir sobre el marco jurídico sin presuponer el resultado. Por descontado, el cálculo electoralista en el régimen común resulta incompatible con solventar el bucle catalán, de hecho su instrumentalización partidaria por el PP recogiendo firmas contra el Estatut y recurriendo artículos vigentes en Andalucía o Aragón propició un procès por decantación. Y de aquellos barros para enmierdar a Zapatero estos lodos en los que chapotea Ciudadanos, actual vocero de la dialéctica de la confrontación sin complejos. El abordaje político de este conflicto asimismo político, que hubo de culminarse racionalmente hace tres lustros para no llegar al delirio colectivo, se topa con su incontrolable judicialización. Al punto de que la sokatira catalana queda al albur de la extradición o no de Puigdemont, cuya eventual absolución en Alemania desencadenaría el adelanto electoral en España. Paradójicamente, el problema que Rajoy agravó y más tarde enquistó se lo acabaría llevando por delante.