nunca en la historia de la democracia española el inquilino de Moncloa ha tenido un grupo parlamentario tan raquítico como este. Solo 84 diputados respaldan al Gabinete monocolor con el que Sánchez tratará de agotar los dos años de legislatura. A priori, la apuesta parece un tanto osada, ya que necesita más apoyos de los que tiene -concretamente 92- para sacar sus iniciativas adelante. No obstante, después de la caída fulminante y hasta cierto punto inesperada de Rajoy, ponerse a vaticinar la pervivencia de este Gobierno también es arriesgado. Según cómo se mire, el PSOE no lo debe tener complicado para llegar hasta 2020. De entrada, porque por su trayectoria no cabe esperar que le dé por acometer grandes cambios ni adoptar decisiones transformadoras que precisarían de grandes consensos. Su gran baza, en todo caso, es que el PP le ha dejado el listón de la gobernanza por los suelos y a nada que se ponga las pilas no ha de tener dificultad para mejorar a su antecesor. Sólo con algunas iniciativas relativamente sencillas daría algunos golpes de efecto. Así, a bote pronto, podría ponerse desde ya a buscar votos para derogar las infames Reforma Laboral y la ley Mordaza. Y si es un pelín más valiente también puede optar por cumplir la legislación penitenciaria y acabar con la dispersión. Mucho más complicado es solucionar el problema generado en Catalunya -aunque en este caso solo con abrir una vía de diálogo ya habrá supuesto un avance- y el de las pensiones, que preocupa al conjunto de la ciudadanía. Por el momento, Sánchez ha dado un vuelco al tablero político, con el que ha dejado grogui a Ciudadanos y ha mandado al PP al rincón de pensar. A partir de ahora, a nada que juegue bien sus cartas saldrá reforzado. Si le dejan gobernar, por motivos obvios. Y si la oposición no se lo permite, habrá puesto en el escaparate a un equipo teóricamente solvente con el que lo tiene todo a su favor para llegar a las próximas elecciones bien situado.