La muerte tenía un precio
Cuentan que Jamal Khashoggi se dio a conocer con sus entrevistas a Osama Bin Laden, al joven Bin Laden, y que durante su azarosa vida de periodista en esa parte del mundo estuvo en conflictos y también se manifestó próximo a distintas esferas de poder, incluso el máximo de su país. Nadie sabe si al periodista saudí le dejaron llegar a los 60 años, que debía cumplir hace tres semanas, porque unos días antes se esfumó, le esfumaron. La truculencia de las revelaciones siguientes, su desaparición, descuartizamiento, los comunicados oficiales que ofrecen versiones compungidas sobre el asesinato, nos colocan como opinión pública, con solo una minúscula parte de información, ante un escenario que va más allá de un guión o argumento de película.
Indagando un poco sobre él, Khashoggi empezó a caer mal en su país, se tuvo que marchar hace un año, comenzó entonces a escribir columnas en The Washington Post en las que, revelan los entendidos, llegó a comparar al príncipe heredero saudí con Vladimir Putin. Nada espantoso y soportable en cualquier sociedad normal. Más allá de eso, de sus posiciones particulares sin miedo, Khashoggi no era un peligroso activista, ni un azote para el régimen saudí, sino simplemente un veterano periodista que hablaba ya fuera de los raíles de las precauciones y esto le ha llevado a descarrilar. Su desaparición y asesinato en el consulado de Arabia Saudí en Estambul nos pone en la trama del terror. En principio, la del terror y el dolor que puede aplicar un estado frente a los que le molestan, y el pavor con el que la comunidad internacional reacciona ante la salvajada. El poder del dinero, la sumisión a él, ha disparado consideraciones hipócritas sobre la responsabilidad de Arabia Saudí en este asunto y una tibia reprimenda a quien maneja el dinero, a quien compra voluntades porque decide dónde suelta la pasta. La muerte tenía un precio, a Khashoggi ya se lo han cobrado y los actores internacionales, los gobiernos, parecen dispuestos a seguir permitiendo que se emitan más facturas. El que paga, manda. De cine. De miedo. Nuestro precio.