nunca fue el de Vox un voto oculto sino en todo caso largo, en tanto que creciente durante la campaña andaluza hasta su eclosión casi a punto de depositarse, de acuerdo con la tendencia general de retardar la decisión de sufragio. Pero una vez determinado a expresarse tal cual en las urnas, superando un cierto estigma atávico, ese electorado desacomplejado llega para quedarse y además ampliado. De hecho, las 400.000 papeletas para Vox en Andalucía son 20.000 más que las recibidas en toda España por la Fuerza Nueva de Blas Piñar en 1979, prueba aritmética de la fehaciente regresión. Tal involucionismo reaccionario cabe atribuirlo antes que nada al blanqueo del PP merced a un guiño discursivo permanente para intentar fijar en su seno el segmento extremoso postfranquista que se mantenía fiel como voto útil frente al PSOE. Una adhesión que deviene en estéril tras la moción de censura contra Rajoy, cuando la radicalidad conservadora ya recelaba del PP por la corrupción acreditada en sede judicial y achacaba a la marca heredera de Alianza Popular una condescendencia siquiera dialéctica con el soberanismo catalán por contraste con el jacobinismo recentralizador de Ciudadanos. Contextualizado el advenimiento institucional de Vox, en el marco del desplazamiento a la diestra de la política española por la espuria búsqueda del poder aun a costa de normalizar el programa ultra, es la hora del decidido combate ideológico contra el patrioterismo antieuropeo tiznado de xenofobia, misoginia y homofobia. Una extrema derecha que se reviste de constitucionalista y que sin embargo abandera la erradicación de las autonomías para retornar a la España negra de la dictadura, unívoca además de única, y que auspicia un supremacismo confesional incluso frente al agnosticismo. Actitudes y exigencias homogeneizadoras contrarias al espíritu de la Constitución y a su misma letra, escrita con el pulso firme de la voluntad integradora de la pluralidad ideológica, religiosa y cultural según sus propios apologistas. Con una simple mirada a nuestra envilecida Europa actual, a la vista está cómo urge deconstruir por la fuerza de los argumentos el fanatismo impositivo de Vox, deslegitimando a quienes pasteleen con esa pestilente sigla.