Hay que poner en valor el concepto de la “política”. Es lo último que nos queda para navegar en este mundo de aguas revueltas. La política en lo general y la ética en lo particular. No hay que tenerle miedo al sustantivo que da sentido al adjetivo. Está bien hablar de “educación”, pero también de “política educativa”. Lo mismo pasa con las “políticas sociales”, la “política de vivienda”, la “política fiscal”, la “política económica” o la “política cultural”. Ningún país se ha librado de la crisis, pero según cómo se haya gestionado desde la esfera política esta situación el resultado ha sido más desigualdad o más cohesión social. Nadie va a decirle a una familia dónde tiene que escolarizar a sus hijos, pero que surjan gettos en centros es algo que una Administración educativa puede corregir. Los impuestos no son neutros: pueden ser utilizados para agrandar la brecha entre pobres y ricos o para potenciar una redistribución retributiva. Si hay pobreza es porque hay riqueza. Si la vivienda es un lujo y no un derecho, no es solo porque el mercado inmobiliario se ha disparado. Y así sucesivamente. Todo esto no es como que llueva o haga sol. Es posible influir. El cambio en Navarra es un claro ejemplo. Es cierto que hoy en día las competencias locales, autonómicas, estatales e internacionales están constreñidas en una tela de araña global de intereses y poderes económicos difíciles de sortear. Y también que, sin ir tan lejos, los poderes fácticos de siempre se resisten a perder el control de la situación y son capaces de organizar operaciones como las intoxicaciones policiales contra una sigla emergente estatal, una autonomía díscola o montar una carrera de obstáculos (judiciales, mediáticos...) ante el cambio en nuestra tierra. Pero eso mismo es la prueba de que la política hoy en día tiene mucho que decir. Es la democracia lo que realmente está en juego en este país acostumbrado a meter patadas al tablero cuando ganan los otros. Y habría que aprender a considerar legítimas todas las políticas siempre que tengan respaldo en las urnas y respeten los derechos humanos y los principios básicos de convivencia. Por eso hay que repolitizar la vida diaria. Poner en el centro de la agenda a las personas. Y votar. No queda otra.