Hace medio siglo, poco después de la histórica llega del hombre a la Luna, la humanidad asistía al nacimiento del embrión de internet, una tecnología innovadora en sus inicios, necesaria para el desarrollo de la actividad social y económica en la actualidad, y preocupante por lo invasiva que se ha vuelto en el día a día de las personas. En plena Guerra Fría el profesor Leonard Kleinrock creó un sistema cifrado de transmisión de datos que daría origen a Arpanet, una red militar de intercambio de información que con el tiempo evolucionaría en el protocolo World Wide Web (WWW) a comienzos de los 90. El éxito de la comunicación de ordenadores entre sí -entonces aún excesivamente lenta y cara- hizo que el mundo se hiciera más pequeño y la capacidad de comunicación, más grande. El propio Kleinrock, que en la actualidad tiene 84 años, reconocía hace poco que no supo calibrar el alcance de su descubrimiento, pese a que en ya más de 4.000 millones de personas en todo el mundo utilizan la red. Nacida para aportar igualdad, educación y conocimiento a la mayoría de la gente y facilitar su modus vivendi, lo ha conseguido con creces, pero también empieza a despuntar su preocupante lado más oscuro. Poderosas corporaciones se enriquecen de manera exponencial mirando para otro lado ante el uso muchas veces fraudulento y casi siempre antitético de los datos personales de los usuarios. Y ante la violación de la intimidad y la manipulación obscena y economista de nuestros datos y nuestro tráfico en la red. Por no hablar de las exitosas conspiraciones políticas para poner y quitar gobernantes haciendo de la desinformación y la mentira la principal arma de agitación política y electoral. Y de la dependencia emocional y social de muchos jóvenes respecto a la red, omnipresente en sus vidas y medio útil para ser el objetivo de las fechorías de algunos desalmados. El uso abusivo de la red es tal que ya los jóvenes de hasta 17 años pasan más tiempo en internet que en el colegio. Los mayores tampoco es que les vayamos a la zaga. Un gran descubrimiento, sí, pero con un preocupante lado oscuro.