Seis meses después de la investidura de Chivite, la derecha sigue inadaptada a la situación política de la Comunidad Foral. Su alejado sentido de la realidad es llamativo. Sobre todo porque no es novedoso. Son ya cinco años purgando sus excesos en la oposición y ocho desde que se quedó en minoría parlamentaria, después de que Barcina cesara con cajas destempladas a Jiménez. Sin embargo, ni UPN ni sus mariachis terminan de asumir su rol. Ese que le condena a la irrelavancia y le deja fuera de juego en la toma de las decisiones más importantes. Sin duda, tiene que ser duro verse tan desplazado del centro del poder tras décadas de hacer y deshacer a su antojo, pero le convendría poner los pies en el suelo e incluso retirarse un tiempo al rincón de pensar. No estaría de más que Esparza y sus gentes reflexionaran sobre su desacompasada estrategia, que les ha conducido a la pérdida de influencia tanto en Navarra como en el Estado. Sería un error fiar su futuro a los errores que puedan cometer sus adversarios. Esperaron sin demasiado convencimiento y ningún resultado a que se desmoronara el cuatripartito la pasada legislatura y ahora también tenían expectativas de que el Gobierno de PSN, Geroa Bai y Podemos, que necesita sí o sí el entendimiento con EH Bildu, hiciera aguas. Como también albergaban la posibilidad de que las derechas recuperaran el pulso en Madrid. Ni una cosa ni la otra se han dado. Al contrario. El Ejecutivo foral tendrá aprobados el día 27 los primeros Presupuestos con una mayoría más amplia de la que fue suficiente al Ejecutivo de Barkos para completar la legislatura más estable de la década. El debate más importante de los que se celebran en una Cámara es el de las Cuentas Públicas. Y en el que concluyó ayer quedó de manifiesto que existe una mayoría progresista dispuesta a priorizar sus coincidencias ideológicas y a minimizar sus divergencias, frente a una derecha que, sin hacer autocrítica, continúa anclada en el pataleo.