vamos a dejar los desafectos para después de San Valentín. Es lo que ha debido pensar Pedro Sánchez, a quien le han devuelto las cartas de amor redactadas en hoja de formato presupuestario. Porque hoy, día de los enamorados, es jornada de reflexión para el presidente, de lamer heridas en una versión íntima del Que falló en lo vuestro radiofónico. Pese a su aspecto de seductor, a Sánchez le ha fallado el cortejo, su capacidad de hacerse querer (o creer), conseguir el beneficio de un amor a ciegas, una entrega total y sin contraprestaciones de la otra parte. No ha habido tal; donde unos ven a un personaje cautivador otros han adivinado que se esconde un prestidigitador al que se la ha caído el truco de la aritmética parlamentaria. Así que mientras otros comparten cena con velitas para dos y se conjuran para que lo suyo sea para siempre, Sánchez discurre cómo va a resolver mañana viernes esta ruptura traumática, si es que alguna vez hubo un cariño recíproco. Cuándo pone, en fin, fecha a la tercera entrega de volver a empezar.

La soledad del político derrotado debe ser muy parecida al desamor, al no verse correspondido en los afectos. Aunque en un mundo con tantos intereses individuales, con tanto egoísmo y ambición personal, a veces mejor solo que mal acompañado. Que luego todo el mundo desvela los secretos íntimos, los vicios, las cuentas ocultas, los sobresueldos y las mordidas. Y si andan escasos de información, llamen a Villarejo. Muchos políticos se quieren a sí mismo más que a quienes en teoría sirven; sino, no se entienden comportamientos sucios que burlan la confianza que el ciudadano ha depositado en ellos. Infidelidad le llaman.

Ha sido el de Pedro Sánchez con los catalanes un amor imposible. Quizá porque buscaba una relación de conveniencia, con poco futuro. Y porque había mucha gente malmetiendo. Hoy no hay nada que celebrar por San Valentín; y después, ya veremos.