millones de personas quedaron atrapadas ante el televisor contemplando cómo ardía Notre Dame. No eran pocos los que sentían un profundo disgusto, en particular quienes de visita en París han tenido esa catedral como punto de referencia en su ir y venir a pie, navegando por el Sena o cruzando los puentes más próximos. Si la filosofía del arte gótico era acercar al hombre a Dios, ese edificio secular ejerce en el turista una fuerza centrípeta mezcla de misticismo, de curiosidad y de emulación: el “yo he estado ahí” es para algunos más importante que la obra que enmarca la foto. Pero unos y otros no eran ajenos a ese drama que implican las catástrofes en las que el fuego no hace una labor de selección entre lo que debe o no debe arder: todo es pasto para las llamas. Una imagen que, tomando la referencia de los dos campanarios, rememoraba también la de las Torres Gemelas de Nueva York, con las columnas de humo trepando hacia el cielo y el posterior derrumbe. En París, la estructura parece que quedó a salvo.

Es difícil sustraerse al efecto llamada de las catedrales. Será por libros como Los pilares de la Tierra o La catedral del mar que han popularizado y acercado los entresijos de su construcción, de sus bóvedas, sus columnas y sus vidrieras; por la historia que conservan y que difunden, que esas moles son un atractivo no solo de París, también, en diferentes épocas y estilos, de Barcelona, Sevilla, León, Burgos o Pamplona. No extraña, por tanto, ni la pesadumbre ante el siniestro ni la celeridad en plantear su reconstrucción. En este punto, en pocas horas las donaciones rozaban los mil millones de euros, las más cuantiosas aportadas por acaudaladas familias de Francia. Aún tratándose de un símbolo del país, llama la atención que los requerimientos para atender algunas de las numerosas crisis humanitarias repartidas por toda la Tierra y que afectan a millones de personas no hayan recibido una respuesta igual de rotunda y fulgurante. Notre Dame tardó dos siglos en construirse y está demostrando la resistencia de sus cimientos y paredes: las piedras pueden esperar, el ser humano no. Pero nadie viaja a Etiopía a visitar catedrales...