an sido numerosas las iniciativas que, durante el estado de alarma, invitaban a consumir en el comercio local o de barrio, restaurantes que lanzaban sugerencias de servir comida a domicilio, los bares de toda la vida que atendían pedidos de bocadillos y bebidas o industrias cárnicas que promocionaban sus stocks ante la inminencia de perder todo su material. Había que echar una mano y la solidaridad volvió a tomar forma, no solo en la difusión de esos mensajes en las redes sociales sino también comprometiéndose con el consumo para aliviar el fuerte impacto de un cierre sin fecha de apertura en el horizonte.

Por otro lado, en ese mismo periodo de impasse en el que solo los supermercados daban servicio con las puertas abiertas, la economía doméstica comenzaba a detectar una continua subida de los precios. El encarecimiento de la cesta de la compra, de alimentos, frutas y verduras, atropellaba a las familias, en Navarra miles de ellas afectadas por un ERTE. Mientras las cadenas de supermercados se veían desbordadas, los consumidores sufrían el doble impacto de ver reducidos sus ingresos y de gastar más.

Pero, como era de suponer, las secuelas no han parado ahí. El reinicio de la actividad ha traído una subida de precios no solo en lo concerniente a la alimentación, también en hostelería y otros servicios; algunos gremios han comenzado a aplicar la conocida como tasa covid, un cargo extra a cuenta del gasto que supone para el negocio en cuestión cumplir al pie de la letra los protocolos de sanidad. Particularmente significativo es el incremento en el sector turístico: algunos alquileres se han duplicado respecto al año pasado. ¿Es así como pretenden que la ciudadanía dé un empujón al sector y a toda la industria que trabaja a su alrededor, exprimiéndole el bolsillo? Primero piden ayuda y luego, algunos, abusan. No me extraña nada que seis de cada diez españoles no contemplen ir de vacaciones este verano. ¿Por qué tengo la sensación de que esta factura la pagan siempre los mismos?