os datos económicos, los análisis de los sectores más afectados ahora mismo por la falta de empleo o por el aumento del paro, advierten ya del riesgo de una nueva fuga de talentos, como ya sucedió a partir de la crisis de 2008. Jóvenes con una preparación y conocimientos que superan de largo a las anteriores generaciones, encuentran un obstáculo no solo para poder desarrollar sus conocimientos sino para plantearse unas expectativas vitales a corto plazo. El momento es delicado para ellos y, por extensión para todos, ya que ese frenazo acaba teniendo repercusiones a todos los niveles; pero, tal y como están las cosas, incluso buscarse la vida en otros lugares, emigrar en busca de oportunidades que no surgen aquí, se antoja también complicado con el efecto paralizador de una pandemia en la que crecen las restricciones y sin que se atisbe un final cercano. Ese sector, en concreto de menores de 25 años con estudios universitarios ya concluidos, llama a las puertas de un mercado en crisis, con contratos precarios y una inestabilidad que no ayuda a trazar planes.

En realidad, el concepto de fuga tampoco hay que asociarlo con el hecho de salir fuera, con irse de casa y del terruño, con marcharse lejos metiendo en la maleta los conocimientos adquiridos y las ilusiones pendientes. Hay también una fuga interior, de puertas adentro, una pérdida de interés conforme el mercado laboral se muestra más exigente en las tareas a realizar y menos equilibrado a la hora de establecer los salarios. Dicho en pocas palabras: hay un abuso regulado por ley y amparado por las necesidades individuales o familiares, según los casos. Un “lo tomas o lo dejas” porque no falta mano de obra. En este marco, el talento no encuentra el caldo de cultivo, el amparo laboral y social, para hacerse presente, para dar lo mejor de sí mismo y desarrollarse en un momento de cambios. Ese tapón también debe llevar a la reflexión y a la toma de medidas.