nuevamente el año va tocando a su fin y como resulta que ya se han encendido las luces navideñas y afloran los nacimientos y los mercadillos se repite la historia y toca llevarse bien. Resulta que como hay sorteo de la Lotería de Navidad -y del Niño y de la ONCE- hay llamada a compartir y, además, como siempre hay algún compañero o compañera amable y amigable (como Sagra) que se molesta en organizarla, vuelve la cena de Navidad y con ella ese momento idóneo para reírse, bailar un poco, poner verde al o la jefa y, sobre todo, para, al calor de la euforia, meter la pata y arrepentirse de no haber callado a tiempo y evitar que la noche, como el año o los años anteriores, sea una montaña rusa entre la preocupación por la indiscreción cometida y el clavo. Resulta que como llega Santa Lucía, acorta la noche y alarga el día. Hasta aquí en clave de humor.

En suma, que como cada diciembre, la historia se repite y parece que hay que estar a la altura y abierta a una alegría que a veces es algo ficticia. Y también esto es ley de vida. El libro de cada año cierra con su debe y su haber. Y como en la vieja contabilidad, es imposible borrar lo vivido, no sirven los tachones porque cada asiento es como una marca sellada a hierro. Además, ya prácticamente no existe la tinta. Es imposible dejar atrás a quienes se fueron este año y eso nos llena de nostalgia. Es difícil dar palmadas de ánimo en la espalda a quienes la enfermedad, la pobreza, la soledad o el desamor les amenazan como espada de Damocles. Es complicado hacer sonreír cuando el o la de enfrente tiene la mirada perdida y la mente en el lejano país donde dejó a los suyos. Es imposible suplir una ausencia. Es tiempo de ajustar cuentas, de cerrar la contabilidad; es tiempo de Navidad y nobleza obliga. La cena de Navidad ha llegado o está a punto de llegar. Es tiempo del sálvese quien pueda y que cada cual lo pase como quiera o como le dejen. Es tiempo de intentar compaginar este lío con la movida de cada cual.