En su célebre definición de ciencia, decía Carl Sagan que una de sus características es la capacidad para predecir el futuro: el momento exacto de un eclipse, el efecto de un medicamento, etcétera.

Por detalles como ése, a menudo me temo que la economía no es una ciencia. Sí, vale, detecta consecuencias básicas -obviedades como que si le das con gusto a la máquina de hacer dinero, tendrás inflación-, pero qué pocas veces ha visto venir las grandes crisis. Famosa es la definición de un economista como alguien que te predice todo lo que va a pasar mañana, y mañana te explica a la perfección porque no se ha cumplido ni uno de sus pronósticos. Y un cachondo apostillaba: “La economía ha previsto nueve de las cinco últimas recesiones”.

Este panorama nos plantea una triple duda:

1. ¿El problema de la economía es que es aún una ciencia poco desarrollada, pero en el futuro será (más) fiable?

2. ¿Es la economía una ciencia tan compleja como la meteorología o la sismología, en la que influyen tantos factores, tantos efectos mariposa, que es y será siempre imposible hacer predicciones a medio o largo plazo?

Y 3. ¿Qué seriedad tiene una ciencia llena de corrientes distintas de pensamiento (“ideología disfrazada de ecuaciones”, según alguno), que es como si la geometría se dividieran entre quienes explicaran los triángulos y quienes replicaran que tienen cinco lados?

Ver a los economistas discutir entre ellos, llevándose la contraria hasta en lo fundamental, causa mucho desánimo. Suerte que la medicina no funciona así, o algún cirujano operaría los corazones por vía anal.

El caso es que a todos nos gustaría pasar de ciencia tan fallona y con bases tan volátiles, pero es que nuestra vida depende tanto de ella que hay que prestarle atención, aunque esté comprobado que informarse de la economía da siempre ganas de llorar, por los abusos permanentes que se producen, y aunque la herramienta que empleemos sea tan limitada, tan defectuosa y tan manipulable.