or su afición a los paquidermos africanos, y dado que el sufrido pueblo español sostiene la Corona con sus impuestos, Juan Carlos de Borbón bien podría considerarse en tanto que rey en la reserva un elefante blanco en la acepción del diccionario Oxford: dícese de "una posesión inútil o molesta, especialmente una que es cara de mantener o difícil de eliminar". Este verdadero mamut de las monarquías se encontraba cercado por la Fiscalía suiza y a la cacería se suma ahora en razón del aforamiento como emérito su homóloga del Tribunal Supremo ante la verosimilitud de que concurran delitos fiscales y de blanqueo a raíz del reparto de comisiones por la adjudicación a empresas españolas del AVE a La Meca. El quid del caso estriba en determinar las eventuales responsabilidades penales del Borbón padre a partir de junio de 2014, cuando al abdicar perdió la inviolabilidad consagrada en el artículo 56.3 de la Constitución. Y más en concreto en depurar los manejos por el ínclito de sus abundantes dineros en el extranjero a través de fundaciones offshore. Como por ejemplo los 100 millones de dólares apoquinados en 2008 presuntamente por la viuda del traficante de armas Khashoggi, intermediaria del régimen saudí como pagadora de las mordidas, siempre según la concubina Corinna Larsen en conversaciones grabadas por el comisario encarcelado Villarejo. A la espera de la comisión rogatoria desde Suiza para decidir si se denuncia formalmente al monarca emérito y se le cita a declarar, urge dotar de medios a la Fiscalía del Tribunal Supremo para que el procedimiento no decaiga por una cuestión de plazos y se demuestre así una voluntad real de llegar hasta el final. Más porque la Justicia tiene probada su condescendencia con la Corona en el caso Noòs, pues la infanta Cristina se fue de rositas cuando figuraba como cotitular de la sociedad mediante la que su marido centrifugaba sus chanchullos, por los que Urdangarín sí pena en la prisión. A los efectos de disipar las lógicas suspicacias, también debería actuarse contra los corruptores y los que se hicieron los longuis con el regio apandador, amparado por el cortesanismo cómplice. Mientras su progenitor está contra las cuerdas, privado de la asignación cercana a los 200.000 euros anuales por vergüenza torera ante los ecos desde Suiza, Felipe VI apela a los valores del deporte para salir de esta crisis. Para mear y no echar gota.