sánchez se va pareciendo a su antecesor en La Moncloa a la hora de diseñar su estrategia política. Vencedor previsible e indiscutible el 26 de mayo, se ha dedicado a jugar a varias bandas sin pudor. Esperando los movimientos de los demás y dejando correr el tiempo para fortalecer su posición negociadora y que le salgan los números para formalizar una investidura, que se retrasará -demasiado- hasta mediados de julio. Tiene a su favor el ser el único que puede gobernar (y el comodín de unas nuevas elecciones como chantaje) y deja la iniciativa a sus rivales para sacar ventaja. Pero repartido ya el poder municipal y encarrilado el autonómico, los caminos de Sánchez para revalidarse en el poder ya están balizados, aunque la decisión final no se formalizará hasta poco antes de la investidura. La alianza con Ciudadanos, siempre latente por la insistente presión de los poderes económicos, es una de las vías, aunque casi descartable tras las apuesta naranja por los pactos municipales con la ultraderecha de Vox para apuntalar a un alicaído PP. Sin olvidar que Sánchez tiene muy presentes los gritos de la militancia la noche electoral en Ferraz: “¡Con Rivera, no!”. El pacto de “colaboración” con Podemos está forjado y sólo queda explicitarlo programáticamente - Iglesias está presionando para derogar la reforma laboral del PP- y con la presencia o no de sus dirigentes en el Ejecutivo. Y a partir de ahí Sánchez espera para cuadrar su aritmética presidencial, a estas alturas compleja. Anhela la vía catalana, con la abstención de ERC que le dejaría vía libre inmediata. Y no descarta la vía navarra, sumar los votos de UPN a cambio de permitir la investidura de Esparza. Las alianzas municipales dificultan la primera posibilidad, así que lo que suceda en Navarra -si el PSN se decide a apostar por un gobierno progresista o si cede en bandeja el poder a la derecha, lo que cuestionaría el apoyo del PNV- volverá a ser determinante. De la misma manera que si Sánchez necesita los votos de UPN, adiós al Ejecutivo progresista en Navarra. Las cuentas, a estas alturas de partida, no le salen. Sánchez deberá seguir echando mano de su manual de resistencia. Y por estos lares ya nos tememos lo peor.