tradicionalmente, UPN ha sido un mal compañero de viaje. Todos y cada uno de los partidos que se han arrimado a los regionalistas han terminado trasquilados. El primero en probar esta medicina fue el CDN de Juan Cruz Alli. Fundado en 1995, se estrenó en las elecciones forales de ese mismo año con un resultado espectacular de 10 escaños (el 20% del Parlamento). Tras las inevitables desavenencias con el PSN, en 2003 no pudo resistirse a la oferta de prestar sus por entonces cuatro parlamentarios a UPN-PP para darle a Miguel Sanz su primera y única mayoría absoluta. Ese fue el principio de su fin. Quedó fagocitado por el regionalismo y desapareció en 2011. Parecida suerte llevaba el PP, que no ha conseguido levantar la cabeza en Navarra desde que en 1991 unió su destino al de UPN. Rota la alianza en 2008, en la actualidad tiene dos escaños y todos los sondeos vaticinaban que a partir de mayo sería un partido extraparlamentario si se presentaba en solitario.

También el PSN ha sufrido su larga connivencia con UPN. Desde que protagonizó el agostazo de 2007 para sostener a Sanz, ha pasado de contar con 12 representantes en la Cámara a quedarse con siete. Con estos antecedentes, no es complicado pronosticar el futuro que le espera a Ciudadanos en Navarra después de haber firmado una alianza con UPN, que justo unos días antes había terminado de fagocitar al PP. La formación naranja alardeaba de tener sondeos que le otorgaban irrumpir en el Parlamento con al menos tres escaños. Menos de los que le garantiza ahora la lista compartida con UPN, en cuya maniobra para formar este frente de derechas presume de fortaleza, pero lo que denota es debilidad. UPN acostumbra a encargar encuestas con mucha frecuencia. Y en ninguna de las que ha tenido en esta legislatura le cuadraban las cuentas. Por eso se ha lanzado a esta entente con un partido antiforalista como Ciudadanos, que ya le ha creado los primeros quebraderos de cabeza. Y lo que le espera.