Los datos del padrón conocidos el pasado jueves presentan una foto en la que aproximadamente la mitad de la población de Navarra se concentra en la capital y su entorno, mientras que en el medio rural persiste un goteo constante en los últimos años de pérdida de habitantes, lo que tiene un reflejo particular en tres cabezas de Merindad como Estella-Lizarra, Tafalla y Sangüesa. Pamplona ya roza los doscientos mil vecinos registrados y, lógicamente, el número de nacimientos está en esa misma proporción respecto al resto de localidades. Tudela también sostiene el tirón y el Valle de Egüés aparece como el tercer municipio más poblado, por delante de Barañáin y Burlada. Esos dos polos geográficos, centro y sur de la Comunidad Foral, ejercen como imán de atracción también a nuevos residentes, empujados, sobre todo, por su desarrollo económico e industrial. A los desplazamientos internos de la población hacia esos lugares hay que añadir también la llegada de gentes procedentes del extranjero, que en los últimos años ha sido la aportación más gruesa en un crecimiento que, tras una leve caída entre 2012-2015, ha experimentado un ligero repunte en los tres últimos años. Frente a las zonas que ven engordar su padrón, la despoblación, por contra, se deja sentir en pequeños municipios en los que a la carencia de oportunidades en el ámbito laboral, se suma un vacío dotacional y de servicios (los establecimientos cierran por la merma de clientela) que obliga a plantearse, en particular a los más jóvenes, la búsqueda de futuro en otro lugar. Queda así muchas veces el pueblo como un lugar de fin de semana, un último recurso para mantener el latido lento del municipio. Poner en marcha medidas para revertir ese desequilibrio territorial ha sido uno de los objetivos del Gobierno del cambio, intentando primar a las entidades locales de menor tamaño y más dispersas geográficamente en temas como el acceso a las nuevas tecnologías, el diseño de planes estratégicos en materia de empleo o proyectos de desarrollo turístico. Ese desequilibrio entre la capital y su entorno y el resto del territorio, del que el padrón de Navarra es una certera radiografía, es un problema repetido en otras comunidades del Estado, en algunas con niveles alarmantes. Las recetas al uso aconsejan dar facilidades para la implantación de industria que sujete a los nativos y atraiga nuevos residentes, pero en este siglo XXI serán necesarias medidas más imaginativas y compromisos a largo plazo para evitar la extinción del mundo rural.