La deriva de la política en el Estado español hacia modales, tonos y propuestas populistas que claramente se acentúan ante la próxima doble convocatoria electoral y la conformación de dos bloques que se retroalimentan y pretenden limitar las citas con las urnas a una dicotomía derecha-izquierda de suma cero con el fin de mantener intra se los posibles deslizamientos de voto no deben ocultar la realidad. La reaparición de un sector ultra impulsado desde los laboratorios políticos de la derecha y su capacidad de arrastre del conservadurismo menos beligerante hacia posiciones que sí lo son respecto a principios tenidos por básicos desde que sirvieron para transitar de la dictadura a la democracia supone una auténtica enmienda a la totalidad a los acuerdos transversales que posibilitaron la transición. No puede entenderse de otro modo que el líder del PP, que hasta ahora ha sido principal partido de la derecha homologada en el Estado, lleve a su formación a virar hasta el extremo de cuestionar no ya la plurinacionalidad establecida en la Constitución, que había venido admitiendo bien que no sin dificultades, sino de la propia estructuración autonómica hasta abogar claramente por su supresión práctica. En ese intento, la pretensión de recentralización educativa, el dislate del ataque al plurilingüismo, el sometimiento de las libertades individuales al adoctrinamiento, reflejado en sus diatribas frente a las políticas de igualdad, el aborto, la inmigración... no son sino el intento de dar el siguiente paso de la regresión desarrollada por los gobiernos de Aznar, con el debilitamiento de libertades intrínsecas al estado democrático, y Rajoy, con el de derechos inherentes al estado de bienestar. No ha sido, sin embargo, la izquierda, ni en versión socialdemócrata ni en la más ortodoxa, quien ha procurado frenar esa involución, acelerada en la última década pero iniciada a final del siglo pasado con la coartada que ofrecía la violencia. Por contra, y a expensas de la redefinición aún pendiente de Sánchez, más bien ha sufrido también la tracción hacia posiciones y discursos menos garantistas de los objetivos que se le presuponían y, forzándose al alineamiento con sus antagonistas ideológicos en la falsa defensa de un Estado reñido con el que pretendía hace cuatro décadas, ha dejado la oposición a la contrarreforma a las distintas capacidades políticas y sociales de modelos institucionales propios como el de Navarra.