a medida que se ha ido acercando la fecha definitiva para la salida del Reino Unido de la Unión Europea -que estaba fijada para el próximo 29 de marzo- la sensación de caos, improvisación, incapacidad para llegar a acuerdos y, en definitiva, la sensación de llegar al límite del abismo sin un objetivo claro se ha acrecentado en la ciudadanía británica y también en la europea y en Bruselas. La puerta abierta el pasado jueves por parte del Consejo Europeo, mediante una prórroga con dos fechas posibles en virtud de si el Parlamento británico aprueba o no finalmente -y tras su tercera votación- el acuerdo ya adoptado en los términos pactados para un brexit ordenado ha aportado un poco de oxígeno pero la confusión sigue siendo absoluta, aumentando la incertidumbre y la inseguridad sobre lo que puede ocurrir. A menos de veinte días para el 12 de abril -nueva fecha de salida si Westminster no aprueba el acuerdo-, todos los escenarios siguen -increíblemente, habría que decir- abiertos, desde una salida salvaje hasta la revocación del artículo 50 del Tratado de Lisboa, que supondría descartar el brexit. Todo ello, con las elecciones europeas a la vista, entre el 23 y el 26 de mayo, y en las que cabría incluso la posibilidad aún de que los británicos participasen. Así lo ha hecho saber la propia primera ministra, Theresa May -cada vez más cuestionada y con menor capacidad de maniobra-, a los diputados de la Cámara de los Comunes en una carta en la que advierte de que podría no haber una tercera votación sobre el acuerdo si no tiene asegurado el apoyo suficiente. En este escenario endiablado, una opción que se daba por imposible -la propia May lo sigue haciendo- ha ido cobrando fuerza: la posibilidad de un segundo referéndum sobre el brexit. Es decir, poner la decisión “en manos de la gente”, tal y como rezaba el lema bajo el que centenares de miles de personas -un millón, según los convocantes- se manifestaron ayer en Londres. Devolver la voz a la ciudadanía ante el gigantesco fraude democrático que, según denuncian, supuso el debate previo al referéndum de salida y también ante la incapacidad de los políticos para encontrar una salida y el abismo que se abriría con el brexit, duro o acordado. Una opción difícil y enrevesada, pero no más que cualquiera de las decisiones que están encima de la mesa y urge tomar.