La firma de Donald Trump en el reconocimiento por Estados Unidos de la soberanía israelí sobre los altos del Golán, arrebatados a Siria en la Guerra de los Seis Días (1967) y anexionados por el Estado hebreo en 1981, confirma la quiebra con la estrategia estadounidense de décadas en Oriente Medio que inició al reconocer en diciembre de 2017 a Jerusalén como capital hebrea. También alinea definitivamente a Washington en la oposición a los Acuerdos de Oslo firmados por Isaac Rabin y Yaser Arafat en 1993, con padrinazgo estadounidense, ya explicitada por Benjamin Netanyahu al acceder este por primera vez al poder seis años después y que ha concretado en su acción de gobierno siempre que ha podido a lo largo de sus cuatro diferentes mandatos. Y además contribuye a la demolición del sistema de garantías internacionales al ignorar las resoluciones 242 y 497 que la ONU ha dirigido a Israel sobre el particular considerando “inadmisible la adquisición de territorio por medio de la guerra” y “nula, inválida y sin efecto internacional legal la imposición de su administración en los Altos del Golán sirios ocupados”. Que Trump ha entrado como un elefante en la cacharrería de Oriente Medio es, sin embargo, casi hasta menos evidente por ahora en sus efectos que en su pretensión de regalar el reconocimiento a Netanyahu precisamente cuando una nueva oportuna escalada de violencia entre Hamas, desde Gaza, y las fuerzas armadas israelíes parece anunciar otra invasión cinco años después de la última y tercera guerra en la Franja, en verano de 2014, que costó la vida de centenares de civiles palestinos. Como entonces, el presidente israelí, ahora golpeado por las imputaciones del fiscal general Avichaid Mandelblit por tres casos de corrupción, y su partido, el Likud, se desploman en las encuestas, esta vez a dos semanas de las elecciones a la Knesset, el parlamento israelí, del 9 de abril, tras la irrupción de la coalición Azul y Blanco liderada por Benny Gatz, el general que lideró aquella última invasión, ahora retirado. Y conviene recordar que las grandes derrotas electorales de la derecha israelí que hoy representa el Likud han sido a manos de los laboristas Ehud Barak e Isaac Rabin y de Ariel Sharon cuando abandonó el partido para fundar Kadima; los tres como Gatz ex jefes del Estado Mayor del Tzáhal, el Ejército hebreo.