Aún sin comenzar la campaña electoral propiamente dicha de las elecciones al Congreso y el Senado del próximo día 28, la conversión de la política en espectáculo primario encubre lo que a día de hoy se presenta, con escasas y notorias excepciones, como evidente carencia de propuestas a la sociedad. La proliferación de despropósitos por parte de candidatos y representantes de las principales formaciones de ámbito estatal y la pugna por la incorporación de figuras de impacto social pero ajenas a cualquier trayectoria y fundamento políticos más allá de su propia adscripción sirven en realidad para enmascarar la burda simplificación de las elecciones en una dicotomía entre bloques o, si se prefiere, entre quienes desde tres siglas distintas enarbolan y entrecruzan un discurso reaccionario que se retroalimenta y quienes desde otras dos se autonominan como alternativa única a impedir el triunfo y la influencia de los retrógrados. Todo esto, que no es sino la reducción de la lógica política a la exacerbación del sentimiento grupal mediante la conmoción de los afectos, se aprovecha de la sensación de vulnerabilidad y el temor a la repetición que la crisis económica ha dejado latente y halla un medio de expansión perfecto en las redes sociales, a través de las cuales es posible además discriminar, cuantificar y por tanto decantar las reacciones de los individuos, los votantes. Y para ello no son siquiera necesarios los hechos, la realidad, que se transforma si es preciso (las fake news) convirtiendo lo que debía ser debate en una mera riña o porfía carente de sentido crítico -en verdad lo rehuye- y de principios. Solo así se entiende que esa encendida pugna partidaria sea sin embargo pasividad ante atrocidades democráticas como que una Junta Electoral prohíba a un medio de comunicación la utilización de expresiones o términos concretos por formar parte estos del lenguaje electoral de determinados partidos en lo que solo puede definirse como una limitación extrema de los derechos a informar y opinar libremente. Ahora bien, la antología del disparate en que algunos parecen empeñados en convertir la campaña ya antes de su inicio no debe ser óbice sino acicate para discernir desde Navarra acertadamente en la apuesta por quienes, lejos de participar en la misma, distancian la política de la trifulca y la desarrollan como herramienta en beneficio de la sociedad y del bienestar de los ciudadanos de esta tierra.