La imposición por la administración de EEUU que preside Donald Trump de un aumento del 10% al 25% de los aranceles a productos importados de China por valor de 200.000 millones no es sino un capítulo más de la guerra, incruenta, que las dos potencias mantienen en el ámbito de las relaciones comerciales como parte de un combate mayor, geoestratégico. Con la excusa de la superación del déficit (“dejaremos de ser aquel al que todo el mundo roba”), Trump parece decidido a llevar a la economía y por traslado al comercio mundial el discurso y las prácticas populistas -¡es el comercio, más madera!- que definen su actitud en la política. Y sus altos índices de popularidad pese a hallarse en el punto álgido del escándalo por la trama rusa le dan la razón. También la reducción en el primer trimestre del año al 14% (79.980 millones de dólares) del todavía enorme déficit comercial con China, más del doble del que EEUU mantiene con toda la Unión Europea y casi cuatro veces el que soporta con su principal socio comercial, México. La pregunta, sin embargo, es cuánto más allá puede ir este trumpismo económico respecto a China. Y no porque no pueda extender los aranceles a más productos -lo podría hacer a bienes chinos por otros 350.000 millones que aún no los soportan- sino porque la mayoría de estos forman parte del gran consumo de la sociedad estadounidense y/o pertenecen a marcas de EEUU que producen en China (256.490 millones de dólares invertidos entre 1990 y 2017); además de por la previsible respuesta de Pekín (ha respondido a todas las medidas arancelarias de Trump) y la afección que ese enfrentamiento puede tener en el crecimiento mundial y sobre la propia economía estadounidense, también y más directamente en los precios que debe abonar en EEUU el consumidor. Trump conoce esos límites, también los presumibles efectos de una reacción china sobre las exportaciones de vehículos o soja, pero como ha hecho en el debate político explota la comunicación y se publicita adalid de la producción estadounidense a sabiendas de que el acuerdo con el presidente chino no está tan lejos y de que aún tiene más de quince días para que ese aumento de aranceles, que no se aplica a los productos ya en tránsito, presione a China a comprometerse en los ámbitos -leyes económicas, propiedad intelectual y penalizaciones- en los que es más reacia a hacerlo.