La carta de la subsecretaria de Defensa de Estados Unidos, Ellen Lord, a la alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini, para notificar la disconformidad de Estados Unidos con la política de defensa de la UE -y más concretamente con la PESCO (Permanent Structured Cooperation) por la que 25 estados miembro desarrollan más de treinta proyectos de armamento- es solo otro aspecto de la agresiva geoestrategia económica proteccionista que desarrolla la administración Trump en aquellos sectores de su particular interés. Si la implantación de los nuevos aranceles a los productos chinos y el veto a la participación de Huawei en el desarrollo de las nuevas redes 5G de comunicación forma parte de la batalla comercial que Trump despliega por no ceder en el control de la tecnología, si el abandono del pacto nuclear con Irán no es ajeno a los intereses de las grandes petroleras estadounidenses ni a los de Israel (aun a riesgo del equilibrio en Oriente Medio); la airada reacción de EEUU frente a los planes europeos de desarrollo de sistemas de defensa no es sino el intento de Washington, con la excusa de la dificultad de interacción entre aliados y la competencia intra-OTAN, de mantener incólume la hoy todavía enorme superioridad de su industria de defensa, cuya cotización bursátil ha aumentado por encima del 15% con Trump en la Casa Blanca. 450.000 millones de dólares anuales en venta de armas al exterior (el gasto anual de defensa de EEUU es de 650.000 millones) y el hecho de que 38 de las primeras 100 empresas de armamento -5 de las 6 con mayor volumen de negocio- sean estadounidenses son poderosas razones para lastrar a los competidores: la industria europea sumaba hace dos años 90.000 millones incluso sin contar con los más de 70.000 británicos. Ahora bien, no cabe obviar que el unilateral proteccionismo que Trump practica mediante la advertencia, cuando no amenaza, no tiene como fundamento, al menos no único, la defensa de sectores que son pilares fundamentales de la industria y la economía estadounidenses sino también la protección de grupos de interés que desde un principio han participado en el diseño de las políticas económicas y de la geoestrategia del presidente de Estados Unidos tras no haber sido ajenos a su vertiginoso ascenso político.