La nueva masacre que tuvo lugar el viernes mediante un tiroteo masivo en la localidad de Virginia Beach ha vuelto a poner de relieve, como sucede cada vez que se producen hechos similares, la excesiva e incontrolada proliferación de armas de fuego en Estados Unidos, lo que debiera obligar a reabrir el debate sobre la regulación y prohibición de su uso de manera generalizada en la población. Es cierto que se trata de un debate recurrente y, de momento, sin efectos reales pero el continuo goteo de incidentes en distintos lugares públicos y privados y el alto número de víctimas que producen exige de manera cada vez más urgente la toma de medidas. Virginia es uno de los estados norteamericanos en los que se permite portar armas. Y es allí, en una localidad de apenas 450.000 habitantes, donde un empleado público segó el viernes a tiros la vida a doce personas, todas ellas, a excepción de una, sus propios compañeros, trabajadores municipales. Este es el tercer tiroteo con más de diez víctimas mortales que tiene lugar en Estados Unidos en los últimos meses. Los incidentes con víctimas producidas por el uso de armas de fuego se cuentan por centenares al año, al igual que los muertos y los heridos. Muchas de estas tragedias tienen lugar en escuelas y centros educativos universitarios y en muchos casos los autores son muy jóvenes. No cabe duda de que la facilidad para adquirir armas y la accesibilidad a las mismas es uno de los factores determinantes para que se produzcan este tipo de hechos, aunque no los expliquen de modo completo respecto a sus causas, que son muy variadas. En el último caso de Virginia Beach, por ejemplo, se apunta a un problema laboral o a un supuesto inminente despido del autor. En cualquier caso, son cada vez más las voces que en EEUU exigen una solución en forma de un control riguroso y exhaustivo de las armas de fuego y su restricción e incluso prohibición en determinados ámbitos. Sin embargo, el presidente, Donald Trump, fiel a sus propias convicciones y a los lobbys que reclaman el derecho a portar armas para garantizar la seguridad propia, no parece dispuesto siquiera a abordar el necesario debate sobre una cuestión que se ha convertido, de hecho, en un grave problema de salud pública y en un riesgo real para la población. Solo una ley restrictiva y un control eficaz que saque las armas de las calles pueden evitar la sucesión de masacres.