En buena parte del mundo occidental, diciembre es tiempo de luces, reencuentros familiares y balances de fin de año. Se habla de esperanza, de futuro, de propósitos renovados. Pero mientras nuestras ciudades se llenan de escaparates iluminados y mesas festivas, hay un pueblo para el que diciembre se parece demasiado a todos los meses anteriores: resistencia, espera y dignidad en condiciones extremas. Ese pueblo es el saharaui.

El Sáhara Occidental sigue siendo una herida abierta del proceso de descolonización internacional. Y diciembre, lejos de cerrar ciclos, vuelve a recordarnos que el tiempo pasa sin que llegue una solución justa. En los campamentos de refugiados, en los territorios ocupados y en el frente político y diplomático, el presente saharaui se sostiene entre la urgencia humanitaria, la memoria de sus víctimas y una ocupación que se normaliza mientras el mundo mira hacia otro lado.

Campamentos: cuando la emergencia se vuelve permanente

Para más de 170.000 refugiados saharauis, diciembre llega sin calefacción adecuada, con alimentos racionados y con un horizonte cada vez más incierto. Los campamentos de Tinduf, en el suroeste de Argelia, no son una respuesta provisional: son el resultado de casi cincuenta años de exilio forzado.

La ayuda humanitaria se reduce año tras año. Los programas alimentarios del Programa Mundial de Alimentos han sufrido recortes severos, y la inflación global ha encarecido productos básicos que ya eran escasos. Las familias saharauis ajustan sus comidas, los centros de salud trabajan con recursos mínimos y los jóvenes crecen sabiendo que su vida transcurre en un lugar concebido para lo temporal, pero convertido en permanente.

Diciembre, además, acentúa las desigualdades. Mientras en Europa se habla de consumo responsable o de menús navideños, en los campamentos se habla de cómo repartir lo poco que hay para que alcance hasta enero. No se trata solo de pobreza material, sino de una fatiga internacional que ha convertido el exilio saharaui en un problema incómodo y olvidado.

Saïd Dambar: quince años de una herida sin cerrar

Este 22 de diciembre se cumplieron quince años del asesinato de Saïd Dambar en El Aaiún, en los territorios ocupados del Sáhara Occidental. Fue abatido por la policía marroquí en diciembre de 2010. Quince años después, no hay responsables juzgados, no hay investigación independiente y no hay justicia.

La familia Dambar, y en especial su hermano Driss, han convertido el dolor en una lucha perseverante por la verdad. Su caso simboliza la represión sistemática que sufren los saharauis que viven bajo ocupación marroquí. Activistas vigilados, manifestaciones reprimidas, detenciones arbitrarias y juicios sin garantías forman parte de una realidad silenciada.

En diciembre, cuando se habla tanto de paz y reconciliación, la historia de Saïd Dambar recuerda que no puede haber paz sin justicia. Y que el olvido también es una forma de violencia. La ausencia de mecanismos internacionales de protección de derechos humanos en el Sáhara Occidental sigue siendo una anomalía grave que beneficia al ocupante y deja indefensa a la población civil.

La ocupación que se disfraza de progreso

Mientras los refugiados sobreviven con ayuda menguante y los activistas sufren represión, Marruecos avanza en otra dirección: la de convertir la ocupación en un hecho normalizado y rentable. Diciembre ha vuelto a traer anuncios de inversiones, proyectos energéticos y acuerdos económicos presentados como “verdes” o “estratégicos”.

Detrás de ese lenguaje amable se esconde una realidad incómoda: el uso del Sáhara Occidental ocupado como plataforma económica sin el consentimiento de su pueblo. Grandes proyectos agrícolas, energías renovables o infraestructuras logísticas se venden como desarrollo, cuando en realidad consolidan una ocupación ilegal según el derecho internacional.

Organizaciones como Western Sahara Resource Watch llevan años alertando de este proceso de blanqueamiento económico. Pero el discurso dominante insiste en hablar de oportunidades, ignorando deliberadamente que se trata de un territorio pendiente de descolonización.

Una paz congelada que beneficia al más fuerte

En el plano político, diciembre confirma la parálisis. La ONU sigue gestionando el conflicto sin resolverlo. El referéndum de autodeterminación prometido nunca llega. La MINURSO continúa sin mandato para vigilar los derechos humanos. Y el proceso político permanece estancado mientras Marruecos consolida hechos consumados.

Esta paz congelada no es neutral. Beneficia al ocupante y castiga al pueblo ocupado. Mantener el statu quo equivale a aceptar una injusticia prolongada.

Diciembre, entre luces y sombras

Hablar del Sáhara Occidental en diciembre no es un ejercicio de nostalgia ni de militancia estacional. Es un acto de coherencia. Mientras celebramos valores como la solidaridad, la justicia o la dignidad humana, hay un pueblo que sigue esperando que esos valores se apliquen también a su causa.

El pueblo saharaui no pide caridad ni compasión. Pide derechos. Pide que se cumpla el derecho internacional. Pide que la memoria de víctimas como Saïd Dambar no quede sepultada bajo el silencio. Pide que su exilio no se convierta en paisaje permanente.

Quizá diciembre sea un buen momento para recordar que la paz no se construye solo con palabras, sino con decisiones. Y que no hay luces suficientes que puedan ocultar una injusticia cuando se prolonga durante casi medio siglo.

Plataforma No te olvides del Sáhara Occidental