el sector primario tiene todavía hoy un carácter estratégico pese a la creciente tecnificación de las sociedades occidentales, en particular en enclaves de tradición agrícola y ganadera como Navarra. Además de por la generación de riqueza y de mano de obra, por su contribución esencial al mantenimiento del espacio natural -preservación de la biodiversidad incluida-, pero también a la protección del patrimonio cultural. Valores a los que añadir la vertebración territorial imprescindible para combatir la despoblación, una prioridad ante la saturación de las grandes ciudades, con la afección medioambiental que conlleva. Constatada la trascendencia de la actividad agrícola y ganadera, debe colegirse que al sector le sobran argumentos para movilizarse ante un desplome de las rentas que UAGN y UCAN cifran en un 9% como punta del iceberg de una situación que califican de "insostenible" desde la evidencia de que a menudo los precios satisfechos en origen no cubren los costes. Una contraprestación intolerable, más cuando este enero los productos agrícolas han cuadruplicado su precio desde la cotización en el campo hasta la mesa de los consumidores, el triple en el caso de los derivados de la ganadería como la carne, los huevos o la leche. Si los márgenes exigidos por los intermediarios constituyen un abuso de poder, tampoco puede admitirse en aras a la sostenibilidad del sector que esos productos se conciban además como reclamo por las grandes superficies, lo que conlleva unos precios a pérdidas con la complicidad del consumidor medio, que pondera ese factor de compra por encima de la calidad y de la relación comercial de proximidad. Así que a los agricultores y ganaderos les asiste todo el derecho a que se les retribuya con unos precios justos, también con políticas que minimicen las incertidumbres derivadas del proteccionismo estadounidense y ruso, así como del brexit y de las fluctuaciones de las materias primas. Pero siempre desde la premisa de que la estabilización de unos precios decentes en el sentido literal del término debe acompasarse con una dignificación de los sueldos en el campo, cuyos problemas estructurales no residen en la subida del salario mínimo interprofesional -hasta 31,66 euros brutos al día con carácter general- ni tampoco en la renta garantizada. Precios de los productos y retribuciones a los trabajadores, las dos caras de la misma moneda.