o es casual que en la víspera de su investidura el nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se trasladase a Filadelfia para colaborar con Philabundance, una organización que distribuye alimentos a personas necesitadas. La primera vicepresidenta, Kamala Harris, también lo hizo en Washington DC; gestos que buscaban simbolizar la necesidad de unión en un país fragmentado tras el paso del huracán Trump. Un gobierno que arrasó con todo hasta el punto de hacer tambalear los cimientos de la democracia el pasado 6 de enero con un inédito asalto al Capitolio con el que se pretendía boicotear el proceso de verificación de los resultados electorales. Elecciones en las que 81 millones de norteamericanos respaldaron a Biden, una cifra sin precedentes para un candidato que se presentaba con el aval de su dilatada experiencia como senador y ocho años al lado de Obama. El presidente electo promete cambios y goza del beneficio de la duda. Las medidas de refuerzo de un sistema sanitario frágil para combatir la covid son una de las prioridades del nuevo gobierno. Un presidente ya inmunizado tras recibir las dos dosis de vacuna va a solicitar fondos para un programa nacional de vacunación siendo el país más afectado del mundo por la pandemia, que ya ha alcanzado los 24 millones de casos y 397.494 fallecimientos, según la Universidad Johns Hopkins. El aumento del salario mínimo, créditos fiscales a familias, fondos para la reapertura de escuelas, seguros de desempleo o el envío de cheques de 1.400 dólares para quienes estén por debajo de ciertos umbrales de ingresos forman parte del plan de estímulo de 1,9 billones de dólares. Presentará además un proyecto de reforma migratoria que beneficiará a cerca de once millones de personas, una de las promesas de campaña. De hecho la necesidad de proteger a las personas indocumentadas (solo en Nuevo York un millón y medio de personas viven gracias a los bancos de alimentos) en plena crisis sanitaria como la que ha heredado es una urgencia nacional dado que al menos nueve millones realizan trabajos esenciales. En la ceremonia de hoy no estará Trump en un desplante sin precedentes. Una hora antes de la ceremonia pondrá rumbo a su mansión de Florida, donde es posible que le espere una partida de golf. Se marcha pero no los 74 millones que le votaron, alimentados por mensajes populistas y de odio. Es el verdadero reto de Biden. Regenerar las cicatrices de un país herido y polarizado.