ace trece años, en plenos Sanfermines, Pamplona y toda Navarra se estremecían al conocer el asesinato de Nagore Laffage. La ciudad y sus gentes se echaron a la calle para protestar, pedir justicia y arropar a la familia de la víctima. Ayer, poco antes de que comenzara la anual concentración para recordar a Nagore y a tantas otras víctimas de la violencia machista, se conocía la noticia de la agresión mortal a una mujer en Murchante. Una trágica coincidencia que pone una vez más de manifiesto la vulnerabilidad de las mujeres ante la peor versión de los hombres que, siendo sus parejas o no, las acosan física y psicológicamente, las agreden con mayor o menor virulencia y acaban, en algunos casos, por quitarles la vida. Con el asesinato ayer de María Pilar Berrio la fatídica cuenta de víctimas mortales en el Estado se eleva ya a 43 en lo que va de 2021, un año en el que se están manifestando también los efectos de la pandemia en los ámbitos familiares más tensionados. La sucesión de muertes, casi dos por semana, revela que esta lacra continúa imparable, que las medidas adoptadas no terminan por tener reflejo positivo en las estadísticas, que matar a alguien se convierte para algunas mentes en un acto banal por repetido y que, desgraciadamente, sigue implantada en una parte de la sociedad, en pleno siglo XXI, la creencia del papel dominante del hombre sobre la mujer y que la no asunción de ese rol, del acatamiento, da vía libre a todo tipo de represalias, hasta las más criminales. Y por lo que revelan algunos estudios, los avances para superar este escenario son lentos cuando no se detecta una preocupante marcha atrás en el ya denunciado control que algunos chicos jóvenes ejercen sobre sus parejas. La muerte de María Pilar Berrio, con sus hijos como testigos de la agresión, hace el número 14 de las registradas en Navarra por violencia de género desde 2002, una relación que no contempla en ese apartado a la ayer recordada Nagore Laffage porque su asesino no era pareja ni expareja. Así las cosas, seguimos corriendo el riesgo de que la violencia del hombre sobre la mujer quede ceñida a cifras que aumentan o disminuyen mientras el problema sigue enquistado y, lo que es peor, no hay atisbo de que vaya a enmendarse y ni siquiera mermar. Y en esto, como sociedad, estamos fallando.