Fue un día como ayer de hace 45 años cuando se restablecía el Gobierno Vasco con el juramento de fidelidad del primer lehendakari de la restauración democrática. La figura de Carlos Garaikoetxea, emerge en ese momento de la mano del primer partido soberanista vasco, el PNV, y su entrega abnegada y compromiso fue extensivo a todo aquel primer ejecutivo autonómico de los tres herrialdes agrupados en la Comunidad Autonóma del País Vasco (CAPV) liderado, significativamente, por un lehendakari nacido en Navarra.
El merecido homenaje celebrado ayer en Ajuria Enea es el reconocimiento de la dificultad, pero sobre todo del éxito de aquel esfuerzo en las condiciones más difíciles. Unas condiciones que sigue siendo preciso recordar y ponderar, como ayer lo hicieron a su vez quienes fueron partícipes de aquellos momentos y sus retos. El año 1980 encontró a la sociedad vasca sumida en una crisis económica que se profundizó en los siguientes. El marco de una democracia incipiente en el Estado determinaba la dificultad añadida de un desarrollo del derecho y las instituciones que carecía aún de soporte y estabilidad, además de verse sometido a tensiones ideológicas de un modelo descentralizado de Estado contestado por intereses amplios que se resistían al cambio. A ello había que añadir la falta de adhesión al proyecto democrático de un amplio sector de la política en Euskal Herria, indispuesto contra el modelo posibilista que sirvió entonces para asentar las bases de país y las estructuras de Estado que han determinado el éxito de un modelo propio de gestión. En ese sentido, ETA era un factor de boicot activo mediante la violencia no solo contra el Estado sino contra las estructuras institucionales vascas, que cuestionaba, despreciaba y desvalorizaba con su acción terrorista.
La Historia valorará en el futuro el impacto que su actividad pudiera haber tenido en la disgregación de las sensibilidades políticas en los territorios forales hasta lastrar con la sospecha y desconfianza durante décadas cualquier proyecto de cooperación y reconocimiento sociocultural y político compartido entre la Navarra y la CAV. Contra todo ello se alzó un equipo humano y una ilusión de país que supo dotar de cuerpo legal y acción institucional el modelo de convivencia y bienestar alcanzado en este presente.