La imagen del saludo conjunto de los presidentes Xi Jinping, Vladímir Putin y Narendra Modi resume la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai, sobre todo porque se impone a la trascendencia de la otra imagen oficial, que reúne a una veintena de líderes regionales, pero que adquiere un rango inferior. China, impulsor del foro, lidera sin duda el sentido del mismo y lo hace a un coste más que asumible, en tanto Xi se erige en árbitro de la región amparado por la ayuda económica que regularmente aporta a los socios menores. Cada uno de los asistentes acude con su propia agenda, siendo ínfima la incidencia económica y geoestratégica regional, no digamos global, las de la mayoría de los mismos. Se trata, por tanto, de un encuentro que sirve a la consolidación de los asistentes y sus respectivas agendas particulares.
Putin encuentra en el foro el oxígeno internacional útil en su control interno; Modi posiciona a India como colíder regional y refuerza su posición en el triunvirato frente al antagonismo con Pakistán y estabiliza relaciones con Beijing, no exentas de tensión. Un Irán debilitado y el resto de actores, encajados entre los gigantes económicos y militares del continente asiático, no hay desmarque posible. La autoafirmación que obtienen estos líderes justifica ya la reunión. Es sencillo, desde una óptica occidental, simplificar el encuentro como una cita ampliada de aquel “eje del mal”, en tanto agrupa a los rivales de los intereses de Europa y Estados Unidos. Sin embargo, sería un error ceder el espacio de influencia en el continente a los intereses de China, al expansionismo económico-comercial creciente de India y al territorial de Rusia. Asia es un mercado ingente y bidireccional, un núcleo de influencia política que corre el riesgo de consolidar los regímenes no democráticos que lo pueblan. Que se convierta en un aliado fiable o en un antagonista formidable se está gestando en estos momentos y los liderazgos que lo conducen no despiertan confianza. Pero no es homogéneo ni coincidente y eso abre un espacio de oportunidad y cooperación que empuje hacia modelos democráticos. El temor a la foto del triunvirato no debe condicionar. Asia no es Putin ni es Modi; ni siquiera Xi. Ceder ese diseño geoestratégico a agendas autocráticas sería otro factor de inestabilidad global.