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Editorial

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Política de la violencia

El asesinato en Estados Unidos de uno de los mayores referentes del pensamiento trumpista ultraconservador sitúa al país ante un abismo que puede alterar la convivencia radicalmente

Política de la violenciaEP

Los principios del humanismo, la democracia, el derecho y la convivencia son los mecanismos por los que se articula un modelo social equilibrado. Al margen de ellos está la distopía. El asesinato de Charlie Kirk, referente del pensamiento ultraconservador estadounidense y uno de los adalides del presidente Donald Trump con mayor influencia en la opinión pública, constituye una ruptura de estos principios.

Entronca con la más cruda versión de la ley de la selva y el desprecio a la vida humana y los derechos individuales y colectivos. Hay un ataque frontal a la razón al arrebatar una vida. El homicidio merece la condena más firme y radical, sin ambages ni matices que cuestionen la prevalencia de las estructuras sociales igualitarias, libres y corresponsables con la convivencia. Algo que no llegará nunca de la mano de la imposición y la agresión cualquiera que sea su origen o excusa. La cosecha de muerte en la política no es exclusiva ni comienza con la sociedad estadounidense ni en este tiempo. Los sonados atentados contra referentes políticos y presidentes del último tercio del siglo pasado, desde John F. Kennedy o Luther King a Gerald Ford o Ronald Reagan, acreditan que el extremismo tiene su propia dinámica al margen de la ideología. Sería un error, por tanto, reducir a la condición de polemista radical de Kirk la razón de haber sido objeto del atentado que le ha costado la vida. La polarización que se vive fruto de los pensamientos populistas alimenta la irracionalidad.

La criminalización del rival político por su ideología discrepante es reprobable y, sin embargo, triunfa entre la opinión pública de aquel país, pero también en Europa. El propio Kirk tenía un historial provocador, conspiranoico incluso, que no le impedía exponerse al contraste dialéctico con otros, en el que era especialmente hábil. La manipulación de sentimientos y la exacerbación de temores estaba en su discurso como la propia reacción de la Casa Blanca alimenta ese escenario de negación del opuesto, inhumanidad y conflicto que es caldo de cultivo de la violencia. Pero su asesinato es un gesto irracional, deshumanizador y un paso más hacia un abismo que una sociedad madura debe evitar. Es preciso rescatar las bases humanistas y democráticas del modelo político frente a los agentes de cualquier signo que las prostituyen por su interés.