El Partido Popular se encuentra atrapado en una red que él mismo ha ayudado a tejer. La cuerda comenzó a tensarse el 15 de junio de 2023, cuando Carlos Mazón fue investido presidente de la Generalitat Valenciana con el apoyo de Vox. Aquella alianza, celebrada entonces como un ejercicio de “responsabilidad institucional”, fue en realidad el punto de partida de su actual dependencia. La dimisión de Mazón ha devuelto a los populares valencianos al mismo punto de partida. Vox ha aprendido el valor de su voto y pretende hacer pagar al PP un precio más alto por su respaldo. En esta nueva negociación, el partido de ultraderecha exige que el PP adopte como propias las banderas más controvertidas de su agenda, especialmente su discurso sobre la inmigración y su cruzada contra las políticas recogidas en el Pacto Verde europeo. La negociación valenciana trasciende el ámbito autonómico. Es observada con inquietud por barones de territorios que van a entrar en tiempo electoral.
Pero el presidente Alberto Núñez Feijóo deja hacer, demostrando que es un aliado que no le sonroja. En cambio, sí le preocupa a al presidente andaluz Juanma Moreno Bonilla, que ha marcado distancias con la formación de Abascal en el reciente congreso de su reelección. Pero es una posición frágil mientras en otras comunidades el PP siga necesitando a los ultras para sostener gobiernos. El problema de fondo es estructural, porque el PP no puede gobernar sin Vox, pero gobernar con Vox lo debilita. La dependencia parlamentaria se traduce en un desplazamiento del discurso hacia la derecha más dura. Esa dinámica beneficia casi exclusivamente a Vox, como queda demostrado en las últimas encuestas. Vox no deja de crecer en intención de voto, mientras el PP pierde terreno.
Cada cesión a la extrema derecha refuerza la idea de que el PP ha abandonado su vocación de partido de Estado para convertirse en rehén de una estrategia de supervivencia inmediata. A día de hoy, Vox no necesita gobernar para imponer su discurso: le basta con tener al PP sujeto a su correa. Mientras tanto, Pedro Sánchez saca partido de esta situación. Con un adversario escorado hacia la extrema derecha el presidente español puede agitar con eficacia la amenaza de la ultraderecha para reagrupar a su electorado y presentarse como el único dique frente al extremismo.
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