Mirando un día claro, la cara sur de San Cristóbal se ven tres colores en la floresta del monte: unos tonos tostados que corresponden a los robles, también unos verdes algo apagados que son las encinas y, por último, un verde más claro correspondiente a los pinos.
Se deberían considerar a encinas y robles como los árboles sagrados de Ezkaba, por ser los auténticos originarios del monte y, como tales, deberían ser respetados en cualquier actuación como abrir nuevos caminos, talas, desbroces, etcétera.
Pasando entre los pinos se ven nuevos pequeños brotes de esos árboles que se resisten a morir, nacidos de los tocones de plantas que un día fueron cortadas en una errónea actuación. La idea fue hacer una nueva plantación de pinos pensando únicamente en la uniformidad del espacio.
Meditando en la ecología del terreno y en una arqueología forestal, sin duda, fue un auténtico herboricidio ya que las encinas y los robles son los naturales de la zona, a los que se debió priorizar e incluso favorecer su crecimiento por encima de los ajenos pinos.
Como detalle curioso, tenemos el nombre del concejo de Artica, que se puede traducir como de encinas, lo que nos indica la amplitud antaño de esta planta, que existía antes que el concejo, que tomó su nombre como propio. El no respetarla, el no favorecer la recuperación de los árboles autóctonos es un error supino.
Hablar y proyectar hoy desde los despachos, lejos de las rocas, del terreno, del musgo, del barro, hasta de las cascarrias de las ovejas, de actuaciones en el monte es volver a cometer un error peor que aquel en el que se empeñaron en anular los árboles nativos sustituyéndolos por pinos.
Como muestra ante esas propuestas de futuras actuaciones, tenemos que en ese mirar al monte se aprecia claramente, en el jaspeado del bosque, el corte de la recta y delgada línea de la conducción eléctrica para las antenas. Es fácil imaginar lo que supondrá un teleférico.
Una buena idea sería considerar San Cristóbal como área rústica de interés cultural. No vaya a ser, como dice la prensa, que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea nos condene por ignorar la presencia de encinas y quejigos con nuestras nuevas actuaciones.