Estaba sediento. No era culpable por tener sed pero aquella necesidad le trastornaba. Llegó junto a un fresco y tentador manantial. Su sed le impulsó a gozar de sus aguas.

En esta imaginación hay dos realidades: la acuciante sed y la frescura de las aguas. Esto recuerda a aquel cuento de la tentación de Eva, donde la conjunción del hambre y la apetitosa manzana propiciaron el pecado y el castigo. La igualdad debe tomarse con mesura.