se me ocurren a bote pronto demasiados capullos que opositan todos los días para que les dé un perrenque y nos dejen literalmente en paz. Pero no, va a resultar verdad que palman los mejores o como poco los buenos. Eso de hollar la cumbre de la existencia y haber comenzado la cuesta abajo -esperemos hallarnos todavía en el inicio o casi- acarrea la certeza de que la muerte está a la vuelta de la esquina, de tanta gente próxima que va cayendo por el precipicio de la senda vital cuando por razones de edad no tocaría. Así le acaba de suceder a un tipo cojonudo, sorprendido por La Parca infalible mediada la cincuentena, de cuya esencia sarcástica y generosa muchos no vamos a desprendernos jamás. No encuentro alivio y menos justicia ante la repentina marcha de Kinatxo, mientras en la agenda del móvil se acumulan personas que van a seguir ahí como si no se hubieran ido, como si fueran a contactar en cualquier momento. Y me pregunto retóricamente quién será el siguiente, qué ser querido quedará incinerado tras la próxima cortina del cementerio que vea correrse -cuan devastadora imagen-, si acaso no fuera yo mismo. Ojalá lo supiera para decírselo todo, pero como constituye un imposible, mejor no desperdiciar ninguna oportunidad para transmitir el cariño que albergamos con efusividad suficiente.